sábado, 15 de mayo de 2021

 

LA ISLA DEL DIABLO O EL ÚLTIMO SUEÑO DE  LIBERTAD 

 

“El hurto sólo existe a través de la explotación del hombre por el hombre... cuando la Sociedad te quita tu derecho a existir, tú debes tomarlo... el policía me arrestó en nombre de la Ley, yo lo ataqué en nombre de la Libertad.” .   Clement Duval expresaba en su libro - "Outrage, An anarchist memoir of the penal colony"-  su resentimiento hacia una sociedad a la que había defendido en el quinto batallón de infantería durante la guerra franco-prusiana y que le había dado la espalda cuando fue herido por un mortero y enfermó de viruela. Sin encontrar trabajo y con grandes necesidades, no pudo evitar la tentación de robar, resistir a un policía y huir.

Duval nació en la Segunda República Francesa de Luis Napoleón III, hacia 1850, apenas abolida la esclavitud en las colonias y poco antes del golpe de estado que llevaría al país al Segundo Imperio. Una época de transición, donde la alta burguesía era favorecida por la política a expensas de los sectores subalternos.
Duval fue condenado a muerte, por robar y resistir la autoridad. Pero ante la defensa que llevó a cabo el anarquismo ante su causa, fue ‘ beneficiado’ con presión perpetua y  trabajos forzados en la Isla del Diablo, en la Guyana francesa. En 1887, es embarcado con otros reos en un barco que anticipa el infierno que habría de vivir. Con mínimas celdas donde el aire era irrespirable en la bodega, y en medio de  una total oscuridad plagada de alimañas, con un calor creciente y un único barril de agua por el cual los presos peleaban, gran parte de ellos no sobreviviría el viaje. La crueldad del sistema ante la desobediencia llegaba al extremo cuando ponían en funcionamiento tuberías con vapor caliente dentro de las celdas o cuando los guardias arrojaban palos de sulfuro encendidos en los pequeños agujeros donde estos hombres  apenas sobrellevaban su castigo.


La Isla del Diablo era una isla rocosa cubierta por la selva a 11 kilómetros de la costa de Guyana. En esta isla y otras menores, funcionaba el sistema carcelario francés fundado por Luis Napoleón en 1851 a donde se arrojaba no sólo a asesinos y criminales, también a los enemigos políticos del imperio.  De hecho, desde 1852 a 1938, albergó a más de 80.000 hombres en pésimas condiciones sanitarias. Para ellos, el sueño de alcanzar la libertad era de un altísimo riesgo: implicaba sobrevivir a fuertes corrientes marinas, tiburones y en caso de arribar a tierra firme, sortear la jungla impenetrable sin agua, sin comida y sin ningún medio. Tal vez por eso la vigilancia era escasa y muchos escaparon, muriendo en el intento. Pero si fallaban y eran atrapados, terribles castigos los esperaban. Eran comunes los confinamientos mayores a seis meses en estrechos calabozos en medio de la selva o  los trabajos forzados en terribles condiciones, sin raciones, descalzos, agobiados por el calor, bajo permanentes lloviznas tropicales y atacados por  furiosos mosquitos, que pululaban de día y de noche invadiendo  las celdas donde los presos dormían engrillados a catres de madera. Frente a las frecuentes muertes, sonaba una campana funeraria, se cargaban los cuerpos en carretillas y se los arrojaba al mar, donde eran esperados por los tiburones. A los que cometían falta muy graves, se los ataba a troncos en la selva y se los olvidaba allí, donde morían en  el término de poco tiempo.
Conseguida la ansiada libertad, debían pasar el mismo tiempo de condena en la Guayana francesa donde las condiciones de vida eran extremas y sólo luego de ese lapso de tiempo eran libres. Como era previsible, muchos volvían a delinquir y volvían al infierno del sistema penal colonial francés.
Clement Duval pasó 14 años en estas condiciones, intentando fugarse casi diecisiete veces. Finalmente, hacia 190, logró su cometido junto con otros ocho reos convictos, navegando de noche en una frágil canoa. La mayoría de los fugados no soportaban las duras pruebas que debían enfrentar para lograr su libertad lejos de la Guyana francesa y morían. Los afortunados, alcanzaban  Venezuela –donde eran conocidos como cayeneros- o  Colombia y aún más lejos. Pero Duval, logró llegar a Nueva York, y allí vivió hasta el final de sus días, cuando muere en 1935 a los 85 años. Su triste historia, es recibida como un legado por los anarquistas italianos residentes en Estados Unidos, que publican sus memorias en 1929 en lengua italiana.
A los 87 años de existir, en 1946,  La Isla del Diablo fue clausurada por el gobierno francés como cárcel, algunos presos volvieron a Francia, otros quedaron en Guyana.



Entre las miles de historias desconocidas de las víctimas de este sistema penal, destacan la del médico Pierre Brougat, héroe de la primera guerra mundial, merecedor de la Cruz del Mérito y la Legión de Honor, acusado por un delito político, que pasó cinco años en la la isla infernal hasta que escapó en 1928. Nunca quiso volver a Francia y rechazó el perdón de su gobierno, para instalarse en Juan Griego, en la isla venezolana Margarita, como médico. Fue tan apreciado por los locales, que un busto de él todavía lo recuerda pese a su lejana muerte, ocurrida en 1962.
Otros prisioneros conocidos, como el capitán Alfred Dreyfus que estuvo en la isla entre 1895 a 1899;  René Belbenoit, autor de La Guillotina seca   o Henri Charriere, conocido como Papillon, también dan cuenta de la deshumanización del régimen carcelario francés de Cayena, cuyas instalaciones hoy son invadidas por la selva. 
En sus memorias, Duval describiría al penal en la Isla del Diablo, como: "...Uno de los barrios bajos de Sodoma construída en la sombra de la bien intencionada burguesía de la Tercera República, un tributo a su modesta moralidad y su positiva ciencia penal...".



 

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