miércoles, 7 de agosto de 2019

TRES MIRADAS SOBRE JUAN MANUEL DE ROSAS, EL HOMBRE.
                         De Rosas y su Tiempo, Selección y prólogo de Waldo Ansaldi (CEAL, 1984)

William Mac Cann, comerciante inglés que llega a Buenos Aires en 1842, y se opone a la política del bloqueo por entender que perjudica al gobierno británico, se encuentra con Rosas en 1847, antes de sus viajes por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Así ve al dictador porteño.

“…En la casa del general  Rosas se conservaban algunos resabios de usos y costumbres medievales. La comida se servía diariamente para todos los que quisieran participar de ella, fueran visitantes o personas extrañas; todos eran bienvenidos. La hija de Rosas presidía la mesa y dos o tres bufones (uno de ellos norteamericano), divertían a los huéspedes con sus chistes y agudezas.  El general Rosas raramente concurría; cuando aparecía por allí, su presencia era señal de alegría y regocijo. En esos momentos se mostraba despreocupado por las cuestiones de gobierno, pero no participaba de la mesa porque hacía una sola comida diaria. La vida de Rosas era de ininterrumpida labor: personalmente despachaba las cuestiones de Estado más nimias y no dejaba ningún asunto  a la resolución de los demás si podía resolverlo por sí mismo. Pasaba, de ordinario, las noches sentado a su mesa de trabajo; a la madrugaba hacía una ligera refacción y se retiraba a descansar. Me dijo una vez doña Manuelita que sus preocupaciones más amargas, provenían del temor de que su padre se acortara la vida  por su extremosa contracción a los negocios públicos…”
“…Desciende el general Rosas de una antigua familia española; su padre era coronel del ejército y él mismo desde temprana edad se sintió inclinado a la milicia. Su natural chocarrero e inclinado a las bromas pesadas y chascos, contribuyó a darle popularidad entre la soldadesca y su influencia personal sobre las milicias se hizo entonces muy considerable, aunque no era más que un subalterno. Como hacendado supo ganarse las voluntades del paisanaje y aventajaba a todos los gauchos en alardes de prontitud y destreza, en domar potros  salvajes y en tirar al lazo, acreditándose también como un excelente administrador de estancias.  Durante toda su carrera se hizo notar siempre por sus cualidades de administrador  y su arte especial para ganarse la simpatía de quienes lo rodeaban, hasta obtener su confianza, así como la segura obediencia de todos aquellos que servían bajo sus órdenes…  ”
“…Mi primera entrevista con el general Rosas tuvo lugar en una de las avenidas de su parque, donde a la sombra de los sauces, discurrimos por algunas horas.  Al anochecer me llevó bajo un emparrado y allí volvió sobre el interminable tema político. Vestía en esta ocasión una chaqueta de marino, pantalones azules y gorra ; llevaba en la mano una larga vara torcida. Su rostro hermoso y rosado, su aspecto macizo (es de temperamento sanguíneo), le daban el aspecto de un gentil hombre de la campaña inglesa. Tiene cinco pies y tres pulgadas de estatura y cincuenta y nueve años de edad. Refiriéndose al lema que llevan todos los ciudadanos : “Viva la Confederación Argentina! Mueran los salvajes unitarios” me dijo que lo había adoptado contra el parecer de los hombres de alta posición social pero que en momentos de excitación popular había servido para economizar muchas vidas; que era un testimonio de confraternidad, y como para afirmarlo, me dio un violento abrazo. La palabra “mueran” expresaba la idea de que los unitarios fueran destruidos como partido político de oposición al gobierno. Era verdad que muchos unitarios habían sido ejecutados, pero solamente porque veinte gotas de sangre, derramadas a tiempo, evitaban el derramamiento de veinte mil. No deseaba, dijo, ser considerado un santo, ni tampoco que se hablara mal de él, ni buscaba ninguna clase de alabanzas…”
“…El trato del general Rosas era tan llano y familiar, que muy luego el visitante se sentía enteramente cómodo frente a él; la facilidad con  que trataba los diversos asuntos, ganaban insensiblemente la confianza de su interlocutor. El extranjero más prevenido, después de apartarse de su presencia, sentía que las maneras de ese hombre eran espontáneas y agradables. Me relató varios episodios de su vida; me dijo que su educación había costado a sus padres unos cien pesos, porque solamente fue a la escuela por espacio de un año: Su maestro solía decirle: “Don Juan, usted no debe hacerse mala sangre por cosas de libros, aprenda a escribir con buena letra, su vida va a pasar en una estancia, no se preocupe mucho por aprender…”

                                                                                                                                


Antonino Reyes, Jefe de la Secretaría y hombre de confianza de Rosas, escribe en su Memoria póstuma, el recuerdo de las jornadas de trabajo, en el que se desprende la imagen de un Rosas casi obsesivo.  

"...El tiempo corrido desde que entré al servicio del general Rosas, y muy cerca de su persona, me da deecho a juzgar al hombre (...) No tenía hora señalada para su despacho; cuando se acababa el día, se dejaba el trabajo y se despachaban los expedientes; generalmente la noche se pasaba en el trabajo. Se llamaban del Ministerios cuatro a seis escribientes cuando estábamos muy apurados. A estos escribientes se les despachaba a las cuatro de la tarde y se les daba a cada uno cinco pesos para ir a comer a la fonda; a los de la oficina nada; éstos comían si no había trabajo, en la mesa general de la familia y si había que hacer no se movían.  A mi jamás me mandaba a comer, Y cuando iba, al momento me llamaba para que hiciese el trabajo que correspondía a los demás. Se comprende el motivo: era que, como él quedaba trabajando no podía estar sólo, pues tenía que hacer copiar lo que escribía. El domingo o día de fiesta , era lo mismo que el día de trabajo. Generalmente, dejaba el trabajo en la madrugada, a veces a las 8 o 9 de la mañana, y lo retomaba a las 3 o 4 de la tarde. Inmediatamente que se despertaba y abría la puerta de su despacho y dormitorio,  si aún yo no había llegado me mandaba llamar y ya empezaba el trabajo (...)"
"   Tengo la convicción que nunca usó en beneficio propio de los dineros del Estado durante su gobierno. Era celoso defensor de los caudales públicos y no permitía que los encargados de la distribución de dineros rindieran cuentas dudosas. Sólo había descanso cuando el general iba a Palermo y nos dejaba en la ciudad y muchas veces al marcharse nos dejaba trabajo.  No había que separarse muucho porque solía llamar de Palermo por algún trabajo urgente. Sabido es que entonces iba a Palermo a respirar después de un largo encierro y allí sólo recibía con gusto a determinadas personas. Allí no estaba el Gobernador, allí era simplemente el ciudadano, era la casa particular donde el servicio y lo que se consumía, era costeado por don Juan Manuel, para lo cual prevenía lo necesario el corredor don Pablo Santillán y era todo pagado con su dinero particular. En estos paseos no molestaba, como él decía, a ningún edecán ni ayudante; llevaba uno o dos ordenanzas y el servicio particular. He odído muchas veces que salía disfrazado. No es cierto; no salía sino de particular, embozado en su capa sin que nadie lo acompañara; algunas veces lo acompañaba yo; sus salidas eran a lo del  doctor Tomás de Anchorena. Otras veces iba sólo, daba una vuelta y volvía después de una hora. La puerta quedaba apretada, sin pasador, y yo en la pieza siguiente..."

                                                                                                                             

Lucio V. Mansilla, por su condición de sobrino de Rosas, tiene un largo, profundo, íntimo coonocimiento de éste. En un retrato en el que predominan los rasgos psicológicos.  (Rozas, Ensayo histórico -psicológico, pp.35-38) dice:

"...Minucioso y pertinaz, resistente y observador, sano y ágil, con poco temperamento para ser libertino y suficientes aspiraciones para anhelar ser independiente (...); habiendo aprendido a montar sin espuelas un potro ensillado, siendo sobrio en el comer y en el beber, y no teniendo ninguno de los otros vicios de la plebe, como el jugar; en otros términos; distinguiéndose por sus cualidades y ocultando el arcano de su alma, que era dominar, no tardó en ser un prestigio en muchas leguas a la redonda. Dueño de estancia, señor de hacienda propia, con buena letra y alguna lectura y el arte difícil de hablarle a cada cual  en su lengua (...)"
"(...)Así este hombre, que había nacido para el trabajo y no para la acción, fue durante larguísimos años un misterio y una mistificación para casi todos, excepto para él mismo.  En las campañas parece campesino y es burgués. En el orden nacional habla de patria y es localista. Nadie atenta contra la América, y él se dice defensor de la santa causa americana. ¡Santa!; tiene la manía de los adjetivos y de los sobrenombres, costumbre gauchesca. No es perversa, árida y fría su alma; es intermitente, ondulante; pudiendo llegar a no enternecerse jamás. No es caprichoso; tiene desarrollada la protuberancia de la continuidad y su frente amplia, lisa, cuadrada, parece hecha para resistir a todo lo que intente inducirlo en otro sentido de lo que es la lógica de su voluntad persistente. Distingue perfectamente los medios, los instrumentos, conoce su fuerza, su eficacia, sabe lo que quiere, sabe que va a un fín, mas no dicierne claramente ese fin, excepto cuando se sale , por decirlo así, de las abstracciones. Su fuerza es pura potencialidad. Saltará sobre un bagual en pelo al pasar, convencido, persuadido, sabiendo que lo dominará; pero donde se detendrá, no le alcanzará, ni quiere alcanzarlo, como si gozara con las fruiciones de un peligro remoto, al través de obstáculos imaginarios. Y no porque sea fantástico, sino porque es diestro. Diríase un navegante que ama las tormentas, no por el espectáculo, sino por la extraña satisfacción de llevar su bajel a un puerto cualquiera, fuera del derrotero indicado por el sentido común. Es un realista desequilibrado; no tiene nociones altruistas; vive demasiado dentro de sí mismo para pensar en los demás. Que piensen ellos en él y lo empujen. Él no pensará en ellos sino cuando sean sus instrumentos pasivos. Tiene todas las energías maternas, le falta su afectividad, su piedad samaritana. Ama las cosas, las almas le son indiferentes. Llorará a un perro, y ocultará las lágrimas de duelo porque no lo crean débil, humano. Es déspota orgánicamente, y más capaz de perdonar al que le tema que al que lo haya desafiado. Creé en Dios y en la Iglesia, pero no respeta los altares..."
"...Fue su esposa doña Encarnación de Ezcurra, y nominalmente y en efecto, la encarnación de aquellas dos almas fue completa. A nadie quizá amó tanto Rozas como a su mujer, y nadie creyó tanto en él como ella; de modo que llegó a ser su brazo derecho, con esa impunidad, habilidad, perspicacia  y doble vista que es peculiar a la organización femenil. Sin ella quizá no vuelve al poder. No era ella la que en ciertos momentos mandaba en los primeros tiempos de su gobierno no,  pero inducía, sugestionaba y una inteligencia perfecta reinaba en aquel hogar, desde el tálamo hasta más allá; hasta donde las opiniones, los gustos, las predilecciones, las simpatías, las antipatías y los intereses comunes debían concordar(...)..."
"...Rozas en los primeros tiempos de su gobierno no vivía aislado. Su aislamiento vino después de la muerte de su mujer. Salía, circulaba; hasta de noche era fácil hallarlo sólo por barrios apartados. Él mismo parece que hacía su policía tomándole el pulso a la ciudad..."

                                                                               
                                                                               

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