martes, 6 de agosto de 2019

LAS NOBLES CARRETAS

   Durante siglos, fueron las carretas los medios de transporte empleados como fletes para trasladar mercaderías a cortas, medianas y largas distancias.  La región del Tucumán fue la gran productora de carretas, de ella salían entre 800 y 1000 carretas al año, las maderas más utilizadas eran el olmo, el lapacho, la encina, el urunday, el álamo negro, el fresno o el chopo. El comercio intensivo lo realizaban con el litoral, donde dejaban la mitad de su carga.


Las carretas que se fabricaban eran muy grandes; podían llevar hasta 150 arrobas de mercadería, más su propio peso, el de los aperos y vituallas y el  del carretero, que se calculaba en 50 arrobas más. Doscientas arrobas equivalen a 2270 kilogramos , y éste era el peso que llevaban estos armatostes hechos totalmente de madera y soportados por dos grandes ruedas de hasta tres metros de diámetro de madera dura de lapacho, con diez rayos, un eje de madera de naranjo, y un centro, llamado maza de 50 cm de diámetro. Generalmente seis bueyes tiraban  de estas carretas, pero podían agregarse dos ( llamados cuarteros) o más en momentos en que éstos eran insuficientes por los obstáculos del camino, todos estos animales se uncían a un pértigo o lanza, es decir, una gran viga de lapacho o urunday de más de tres metros, que iba unida a la caja o cajón de la carreta, formada por vigas transversales al pértigo  que formaban el cabezal, es decir,  la estructura de la base. En su extremo, el pértigo tenia una madera de dos metros de largo, donde se ataban los bueyes por la nuca por medio de sogas o coyundas. Las distintas posiciones de los bueyes, también pueden nombrarse, la primera yunta era la tercera o delantera, la segunda yunta era la cuarta del medio y la tercera yunta era la pertiguera. El muchacho o buben consistía en un palo que sostenía la carreta en equilibrio cuando no estaba unida a los bueyes. La caja o cajón estaba coronado por un toldo confeccionado con cueros vacunos cocidos con el pelo hacia afuera, colocado sobre los arcos de la carreta.

Las carretas llevaban un cortejo compuesto muchos caballos, bueyes de reemplazo, y terneros (para disponer de carne fresca), carpinteros para auxiliar en caso de roturas de ruedas u otros inconvenientes. En cuanto a los tiempos y sus costos, un viaje de Buenos Aires a Tucumán realizado por el Camino Real, (antiguo camino a la ciudad del cerro rico de Potosí, hoy Bolivia), demoraba entre 50 y 90 días dependiendo de las condiciones climáticas. Se trataba de 392 leguas (1893 km), con un costo carísimo para la época, 5000 pesos fuertes.


Las paradas de las tropas de carretas  al anochecer cerca de ríos, arroyos o lagunas y abastecimientos de leña, eran un momento de solaz pero a la vez, de cuidado. Las carretas se disponían en círculo y las personas, adentro del círculo y atentas a imprevistos, preparaban fogatas, mateaban u tomaban mates . Caballos siempre ensillados y peones alertas, debían cuidar el ganado y la caballada de extravíos, robos o ataques de animales salvajes. Lo curioso es que llegada la caravana a las ciudades, formaban dichos círculos pero en plazas o huecos, como se los llamaba, y allí organizaban las ferias. Retomando las marchas, se sabe que durante el día, se paraba a las 10 de la mañana con la subida  del sol porque los bueyes se agotan con el calor. Se matan las reses, se asan sus partes y con el sebo se engrasan las mazas de las ruedas. A las 4 de la tarde se continuaba la marcha para volver a detenerse el tiempo suficiente para la cena. Si el clima acompañaba, se uncían los bueyes nuevamente a las once de la noche y se viajaba hasta el amanecer.



 El dueño de quince o más carretas es el tropero, oficio muy respetable en su época. Troperos y carreteros son muy diestros en su trabajo. Los carreteros ofician además de guías según relata Alejandro Gillespie (1806), pues se adelantan y van probando barrancos profundos, cruces peligrosos y otros obstáculos, para elegir los mejores caminos.  Según Xavier Marmier (1850), una caravana compuesta de 10, 15 o 20 carretas, no hace más de cinco o seis leguas por día. El relato del francés, que admira la vida del carretero y queda fascinado con su alma honrada, destaca la escena  que se configura cuando marcha una larga y lenta hilera de carretas por "caminos polvorientos de huellas profundas a través de la llanura desierta". Los comerciantes fletan sus mercancías desde regiones productoras de maderas, frutas o cueros y las remiten a Buenos Aires, que las devuelve con paños, muebles, licores y otras manufacturas europeas. El carretero, llegado a cualquiera de los huecos o plazas de Buenos Aires, acampa allí y descarga y carga las mercancías. Por las noches duermen en sus carretas, muchas veces acompañados de sus mujeres, que atienden la ceba de mate y preparan los viejos calderos y el asado de cordero. Desde las fogatas de los carreteros, sentados en cabezas de vaca y fumando cigarrillos de papel, se escuchan las guitarreadas regadas con caña, y la población baja de los poblados termina compartiendo la alegrías de los acampantes.


  Pero no todos tenían la visión pintoresca y romántica que veían los europeos en la carreta como medio de transporte. Tal vez no es curioso que sea un criollo oriundo de Tucumán,  el que haga la peor de la críticas a la carretería. Domingo Navarro Viola en 1865 fue muy duro cuando expresó: “este maldito vehículo de conducción que tanto tiene atrasada la industria, el comercio y hasta la moral de nuestros pueblos"..."El comercio es apático, porque lo mueven los bueyes y lo estorban hasta los arroyos”.  Con la mejora de los caminos, se redujeron los bueyes a dos. Un innovador, Napoleón Gallo, quiso modernizar a estos mastodontes del transporte, poniéndoles ejes y bujes de hierro, ruedas delgadas con llanta y disminuyendo el maderaje para aminorar el peso, pero no lo logró por la falta de herreros. Luego, en 1876,  no mucho después, llegó el ferrocarril.

               

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