martes, 18 de mayo de 2021


EL ARROYO MALDONADO.

Mucha  gente  que circula por la avenida Juan Bautista Justo, no sospecha que lo está haciendo por encima de un arroyo entubado, que en momentos de sudestadas o importantes lluvias, adquiría  grandes proporciones. El arroyo, recorre San Justo, Ciudadela y Tres de Febrero en la provincia y los barrios de Versalles, Liniers, Villa Luro, Vélez Sarsfield, Floresta, Villa Santa Rita, Villa Mitre, Caballito, Villa Crespo y Palermo en la ciudad, para desembocar finalmente en el Río de la Plata, con un curso de más de veinte kilómetros. El Maldonado se constituyó como límite de la ciudad antigua, abrazándola. El tiempo lo integró a varios barrios de la ciudad, a los que periódicamente invadía con sus aguas por lo que se rectificaron sus aguas, se lo encorsetó en un enorme tubo de concreto y se crearon canales aliviadores. En 1997 , se limpió el cauce del arroyo. Pero no fue suficiente y el Maldonado continuó desvelando a los vecinos con sus  crecidas, hasta que en 2008, con un préstamo del Banco Mundial por 130 millones de dólares, se reestructuraron el entubamiento y los canales aliviadores, logrando  que Palermo, Belgrano, Nuñez y Colegiales queden permanentemente a salvo de nuevas inundaciones.









La historia del arroyo, coincide con el primer nacimiento de Buenos Aires, en 1536. La Maldonado,  una de las pocas mujeres que formaban la expedición de Mendoza , desesperada por el hambre y la epidemia de viruela, escapó del poblado cayendo exhausta en cercanías del arroyo. Allí fue testigo de las dificultades para parir de una puma (que en las crónicas de la época se describe como leona) a la que ayudó en el dificil trance. La puma, agradecida, acompañaba a la Maldonado y la alimentaba con restos de presas de caza.  Hallada por los españoles, se la castigó duramente atándola desnuda a un árbol para dejarla morir. Al cabo de tres días  Mendoza mandó a buscar su cuerpo, pero los españoles encontraron viva a la mujer, y decidieron perdonar el castigo, ya que el mismo Supremo la había perdonado. Su nombre quedó desde entonces asociado al arroyo.

Desde entonces, el Maldonado ha sido una usina de leyendas y mitos urbanos. Por tratarse de un arroyo orillero, su recorrido fue poblado durante muchos años por malvivientes, malevos y  marginales.  Hacia 1865, el arroyo era parte del límite geográfico de la ciudad y la provincia, cortado por el Camino del Norte (actual avenida Santa Fé), el Camino de Moreno ( actual avenida Warnes) o el de Córdoba (hasta el siglo XVIII, calle Santa Rosa). Los más sólidos puentes que permitían el paso en estas intersecciones, eran puentes de ladrillos apoyados en grandes arcos que recuerdan a la arquitectura romana. En los cruces de menor importancia  sobre el arroyo, se construían puentes de madera a veces precarios, que no soportaban grandes pesos. Hacia 1872, los tramways a caballo comenzaban a  atravesar el puente de material por Santa Fé para alcanzar  Cabildo y Juramento, en el recientemente fundado pueblo de Belgrano. En este punto y a la altura del cruce, policías a caballo cobraban el peaje por pasar a la provincia.  Aún no había estación de tren pero sí establecimientos militares como los cuarteles de del Regimiento 1° de Artillería, los Batallones 8 y 9 de Infanteria y el Regimiento 11 de Caballería. Luego se asentará en ese espacio el Batallón de Patricios y el Batallón 2 General Balcarce. El paisaje a los costados del recorrido hasta el cruce desde el centro de la ciudad, estaba formado por casonas rodeadas por quintas, potreros baldíos y hornos de ladrillos, muy activos por entonces, dada la gran demanda de éstos elementos usados en construcción. Pasado el cruce, el camino se bifurcaba, un sendero iba hacia la continuación del Camino del Norte (hoy Cabildo) y el otro sendero llevaba al bajo, por el Camino de las Cañitas (hoy avenida Luis María Campos), donde se hallaba la pulpería de Ambrosio, parada obligada de los paisanos a caballo. En 1897, se inauguran los tranvías eléctricos y simultáneamente, aparecen en el paisaje construcciones que nos resultan familiares, como el Jardín Zoológico, el Jardín Botánico, Plaza Italia con la estatua ecuestre de Garibaldi y la Sociedad Rural.





Desde los primeros años del siglo XX, el gobierno municipal comenzó la lenta transformación del arroyo, al rectificar sus numerosos meandros, incluyendo la desviación de su salida al Río de la Plata. Además, se hicieron obras de limpieza de sus aguas en las que se depositaban todo tipo de desechos orgánicos e inorgánicos que se arrojaban en ellas. Ésto aparejó la formación de nuevos barrios, el mejoramiento de los ya existentes  y la instalación de industriase en lo que poco antes era un páramo desierto. En 1907, sobre la avenida Santa se construye el puente ferroviario de la línea San Martín. Con sus gruesas columnas angosta la avenida atascando al tránsito, que incluye numerosas líneas de autobuses de pasajeros además de particulares. También se acumula en el mismo espacio, el público que utiliza el subterráneo de la Línea D, cuya estación se ubica en la misma esquina de Santa Fé y Juan B. Justo, por donde circula entubado el Maldonado.  Sólo estos pocos datos dan cuenta de la compejidad del área.






Pero una rémora del pasado fue el bar y billar La Paloma, o de la Paloma del gallego Dominguez, en la esquina noroeste de Santa Fé (antiguo Camino del Norte) y Juan B. Justo ( Santa Fé 4702/4730). En este lugar emblemático de aquel Buenos Aires, era donde convivían malevos y malvivientes, que inspiraban los personajes del Buenos Aires mítico que retrataron Carriego o Borges, que también frecuentaban el bar. Lugar icónico, donde había cafishos y sus pupilas, que  a su vez atendían a los soldados de los cuarteles de enfrente, el Regimiento I y II de Infantería,  mientras infaltables tahures los desplumaban con los naipes. Hacia 1912 era lugar de reunión de tangueros como Juan "Pacho"Maglio, Tito Rocatagliata al violín, Agustín Bardi  al piano y Eduardo Arolas al bandoneón, así como Paquita Bernardo, la primera mujer bandoneonista y la renguita Lucía que tocaba el violín.  El famoso "Cachafaz" Benito Bianquet y su pareja, Carmen Calderón, amenizaban las noches con sus pasos de milonga. Más tarde, se presentaba en el bar las orquestas de Roberto Firpo y de Vicente Greco. El escenario lo completaban las victroleras,  mujeres que ponían un disco a pedido a cambio de una propina. El equipo que usaban era la victrola de RCA Víctor, de ahí su apodo. La Paloma no sería con seguridad un lugar muy pulcro, las reiteradas quejas de músicos y clientes refieren a ratas que circulaban entre las mesas, lo que no es de extrañar por la cercanía del arroyo. Otros frecuentadores de La Paloma fueron Jorge Newbery,  el poeta Felix Lima, o el socialista Alfredo Palacios, y el dueño de la farmacia La Estrella, don José que ahogaba su reciente viudez con algunos tragos, así como muchos jóvenes de familias acomodadas que a escondidas, visitaban este sitio de 'mala fama'. El jefe de seccional Francisco Romay, relata que máas de una vez, irrumpió a caballo en el bar para frenar desmanes de parroquianos. Un gran ombú completaba la escena desde la vereda de enfrente. Los cambios edilicios, el 'adecentamiento' y el relevo de los antiguos vecinos por nuevas generaciones, provocaron una larga decadencia del lugar que finalmente cerró sus puertas en 1972. En su lugar, quedó una placa que recuerda a La Paloma y una pizzería, Nápoles, que no sobrevivió hasta el presente.




Lo cierto es que hasta avanzado el siglo XIX, el Maldonado era un pequeño curso de agua, que durante las crecidas tornaba la zona en un descampado barroso y anegadizo entre juncales donde abrevaban animales y aves. Pero durante las crecidas, sus aguas, por entonces no contaminadas, desbordaban el lecho e inundaban toda la planicie.  Pese a estos cambios, hacia 1913 seguía siendo una calamidad para los vecinos. Las fuertes corrientes de agua en las sudestadas, cuando ingresaban las aguas del Río de la Plata por su cauce,  arrasaban los precarios puentes de madera, que aunque resistieran, quedaban tapados por el agua incomunicando las inmediaciones. Entre los proyectos municipales que abordaban al Maldonado, hubieron algunos interesantes, como el del concejal Remigio Iriondo, que proponía convertirlo en un canal navegable  desde Liniers hasta su desembocadura, para empalmar con el Riachuelo en Puente Alsina. Pero este proyecto incluía la expropiación de los terrenos linderos de la ribera, hasta 35 metros de las orillas del Maldonado. Un proyecto anterior, el de la firma Portalis, Carbonier y Cía, que transportaba arena y frutos de la Mesopotamia, proponía casi a fines del siglo XIX, construir en la desmbocadura del Maldonado un puerto de cabotaje. El proyecto contemplaba dos anchas caminos de sirga a los costados del arroyo, plantados con árboles, y sus aguas navegables  se utilizarían para el transporte comercial de mercancías. A su vez, se prohibiría arrojar aguas servidas y otros residuos que contribuyeran a ensuciar las aguas. La iniciativa fue aprobada en 1889, pero no se concretó por los efectos de la crisis económica de 1890. Es un interesante ejercicio imaginarse qué distinta experiencia hubiéramos gozado los porteños si estos cursos de agua en la ciudad se hubiesen mantenido a cielo abierto y en condiciones controladas. 




Pero la Ley de Capitalización de Buenos Aires de 1880, borró la línea entre capital  y provincia, valorizándose las tierras, si bien aún conservaban ese ambiente de mala fama que lentamente fue diluyéndose en el tiempo. Los pobladores orilleros, las casas de tolerancia o la soldadesca de franco convivían con familias consideradas decentes y con filántropos como William Morris, actualmente convertida en museo y biblioteca popular en la calle Guemes, entre Fray Justo Santamaría de Oro y Godoy Cruz . El lugar recibió gran impulso cuando en 1909, en vísperas de los festejos mayos, se demolieron todos los edificios del cuartel Maldonado para instalarse allí el Pabellón de la Exposición del Centenario, que contenía numerosos edificios representativos de las naciones del mundo. Al finalizar semejante evento, fueron demolidos todos los edificios excepto el Pabellón Ferroviario que sigue en pie, y se puede ver desde el estacionamiento del hipermercado Jumbo. En oportunidad de la Exposición del Centenario se mejoró estructural y estéticamente el viejo puente que permitía el cruce del Maldonado desde hacía 40 años, recorrido por la línea 37 del tranvía  Anglo-Argentino.

Las futuras rectificaciones del Maldonado incluyeron el cegamiento delamplio desvío que hacía el arroyo a la altura de la calle Niceto Vega que llegaba hasta la Avenida San Martín. Las obras de ampliación de lostalleres del ferrocarril Oeste a la altura de Liniers, desviaron el antiguo lecho del arroyo hacia el norte. Desde 1910, se construyeron pasarelas para que los vecinos pudieran unir los barrios, lo que significó un gran adelanto por la escasez de puentes.

Pese a estas mejoras, el crecimiento de los barrios significó un aumento de las aguas servidas así como de los desperdicios que se arrojaban, lo que llevó a la idea de entubar el arroyo, para evitar así los problemas que los vecinos y las crecidas ocasionaban. y a mediados de 1923 comenzaron en Palermo, los trabajos para ese fin. Ésto implicó hacer un gran conducto de 14 metros de vereda a vereda y de 6 metros de altura, sostenido el techo por columnas. En el cruce del arroyo con Santa Fé, se decidió mantener el viejo y sólido puente de 1870, refaccionado en 1909.  Hacia 1935 se había avanzado hasta Flores. Hasta la década del 40, las quintas de verduras eran la característica de los barrios postergados, donde las inundaciones y la incomunicación resultante, seguían asolando a los vecinos. Pero si estas quintas permitían la absorción del agua de lluvia, a partir de la urbanización y el asfaltado de las calles el agua no pudo escurrir por la impermeabilización de los suelos. El canal aliviador que corría bajo tierra desviando hacia el arroyo Cildañez las aguas del Maldonado, contribuyó en parte a controlar los desbordes de Liniers y Villa Luro, pero las inundaciones seguían prolongándose en el tiempo.  Desde el año 50 al 53, se concluyeron todas las obras y se inauguró la avenida Juan B Justo en toda su extensión.Ya en 1997, como se dijo, y para permitir libremente el flujo del agua hacia el Río de la Plata, se llevó adelante una obra que implicó el retiro de gruesas rejas de hierro soterradas que impedían el paso de cuerpos hacia el Río de la Plata , así como el viejo puente de 1870 que permanecía enterrado y bloqueando el paso de los residuos sólidos hacia la desembocadura del arroyo. Esta vez la obra fue coronada por el éxito, y las temidas inundaciones periódicas del Maldonado, pudieron por fin evitarse. 








 

Cuando Enrique Cadícamo le puso letra a un viejo tango de Cobián llamado “A pan y agua”, recordó en sus versos a los legendarios personajes del tango que pasaron alguna vez por el Café La Paloma del gallego Domínguez. “Café La paloma por tus veredas brumosas se pasean las sombras de Tito, Arolas y Bardi”.

Efectivamente Eduardo Arolas al bandoneón, Tito Roccatagliata en violín y Agustín Bardi al piano, supieron alguna vez hacer sonar melodías tangueras por el boliche sito en Santa Fe y la actual Juan B. Justo, otrora calle lindante al arroyo Maldonado, que nacía en San Justo, seguía por Ciudadela y Tres de Febrero del lado de la provincia, cruzaba la vieja General Paz de tierra, transitada por carros a caballo, atravesaba la Capital en dirección sudoeste-sudeste y desembocaba en el Río de la Plata.

En 1924 se decidió entubar el arroyo de juguete –como también se lo denominaba- por las constantes inundaciones producidas por los desbordes de los días tormentosos. Las obras comenzaron recién durante el segundo mandato de Yrigoyen en 1929, terminando su primer tramo en 1933 (tiempos del Grl. Justo). El último tramo se terminó en el año 1940. Desde 1934 la calle entubada lleva por nombre Avenida Juan B. Justo en honor al gran médico y político del partido socialista. En tiempos de Perón, la rebautizaron como Avenida 17 de octubre y en 1955, tras el derrocamiento del peronismo, recuperó su nombre original.

Las barriadas de Villa Crespo y Palermo se criaron conviviendo con el Maldonado, como ineludible vecino de la vieja geografía porteña, cual si fuera una vereda de enfrente de estilo veneciano pero sin tanto romanticismo. Bordeada por sus cafetines aledaños, almacenes, fondas y despacho de bebidas, la zona se convirtió en una frontera difusa del mapa, en la cual fueron formándose grandes instrumentistas del tango. Entre ellos, cercana a la zona villacrespense del arroyo, hicieron sus primeras armas Paquita Bernardo, Osvaldo Pugliese, Pedrito Laurenz, Enrique Pollet y muchos otros. Mientras que hacia la punta palermitana, en las inmediaciones de la esquina de Santa Fe y el arroyo, se ubicaba el Café “La Paloma”.

La leyenda de Cadícamo dice que el local llevaba por nombre el seudónimo de una bella moza que todos pretendían. Lo cierto es que desde 1910 como mínimo, ya ostentaba su afamada identidad. El compositor José Guardo le dedicó el tango homónimo, grabado por Vicente Greco en la casa Tagini para la primeros discos Columbia Record de la orquesta típica criolla, cuando la formación la integraban el propio director y Juan Labissier como segundo bandoneón; Francisco Canaro y Palito Abate en los violines, el tano Vicente Pecci en la flauta y Domingo Greco en guitarra.

Mayor fama tuvo todavía el Café La Paloma, cuando Domínguez contrató al cuarteto de Pacho con Juan Maglio al bandoneón, Pepino Bonano al violín, Hernani Macchi en flauta y Leopoldo Thompson en guitarras, en los primeros años de la década de 1910. El escritor Félix Lima se hizo hincha y amigo de Pacho en las mesas del viejo bodegón, que tenía en principio fama de casa mugrienta y terminó con refacciones que la dejaron a punto para enaltecer la dignidad de la clientela.

En la década de 1920, personas de gran envergadura tanguera llevaron sus melodías a Palermo. Sobre todo el grupo de Villa Crespo con Paquita Bernardo, Pugliese, Laurenz, Pollet. También tocó allí Graciano De Leone. Era muy común que los conjuntos típicos acrecentaran su fama por el Maldonado, primero en Villa Crespo y después en Palermo, para ganar mentas y llegar luego al centro. Casi todos los mencionados siguieron ese itinerario artístico-musical.

En aquellos años de 1910 y 1920, sin tener todavía la comunidad musical de aliada a la gran propalación radial que explotaría en 1927,  las mentas se ganaban por los comentarios del público que pasaban de boca en boca, hasta que podían llegar al disco y de esa manera masificar desde la fonografía, la difusión de sus talentos musicales. Lamentablemente no sabemos cómo sonaban ni Graciano De Leone, ni Paquita Bernardo con Pugliese y Vardarito, ni Nicolás Vacaro ni Enrique Pollet ni otros tantos que cautivaron a los parroquianos del Maldonado, desde la zona de la calle Thames hasta Palermo. Por lo que se decía, parece que eran todos muy buenos porque han logrado quedar en el recuerdo no merced a la magia del disco, sino a la tradición oral de las camadas tangueras.

La misma tradición engalanó la historia del café “La Paloma” como uno de los más emblemáticos lugares de difusión nocturna de nuestra música, hasta convertirse en una especie de templo de devotos del dos por cuatro.

La literatura recordó a menudo la historia del café. José Bossio, en su excelente libro sobre los bares de Buenos Aires[1], rescató una frase del poeta José Portogalo:

“En La Paloma dije tus mejores versos,

Desde un palquito en alto que llegaba hasta el cielo”.

Al parecer, el café tenía un palco donde además de la orquesta o algún cantor con guitarras, solía representar la fibra recitativa algún poeta de la zona. No he podido confirmar el dato, pero es factible que entre los glosadores de las orquestas que declamaban desde el palco, supo estar Eduardo Escáriz Méndez.

Cadícamo cantó en tangos y poemas conocidos ya, loas a sus mesas. Pero lo curioso es el documento literario que he encontrado y quiero compartir con ustedes por considerarlo digno de demostración. Hurgando entre los papeles de mi hemeroteca, me topé con un ejemplar de la revista AUTORES (ligada a ARGENTORES y SADAIC) donde se publicó un poema de Héctor Pedro Blomberg intitulado: “Las noches del café de La Paloma”.

Los versos me parecieron magníficos y por eso los comparto aquí:

“Café del barrio viejo, café de La Paloma…

Yo soñaba en sus mesas o jugaba al billar

En los largos hastíos de remotos veranos

En las noches alegres que no han de volver más.

 

En una de esas noches mis ojos se encontraron

Con su carita pálida…era rubia y gentil…

Yo le escribía versos…me amó una primavera,

La renguita Lucía, que tocaba el violín.

 

Romero me aburría con largas narraciones

De cuando fue conscripto y anduvo por el sur;

Yo escuchaba en silencio, abstraído, y miraba

La vereda de enfrente, donde había un ombú.

 

El moreno Requena, tocaba la guitarra

Y me contaron historias que no tenían fin,

Historias de divorcios y escandalosos pleitos:

Requena era escribiente de un juez en lo civil.

 

Juan Cruz leía siempre novelas de Gutiérrez:

“El chacho”, “Hormiga negra”, “Juan Cuello”, en el café;

Soñaba con el tiempo de Rosas y tenía

Una daga de plata guardada en el jacquet.

 

Después venían otros, Anselmi, los Rodríguez,

Que jugaban al truco hasta el amanecer;

El oficial Martínez, que hacía versos malos,

Los leía en voz alta, en medio del café.

 

Don José el de “La estrella”, que cerró la farmacia,

Cuando una noche, en junio, su mujer se murió

Y le dejó solito…¡Como bebía el pobre!

Se quedaba dormido, tranquilo, en su rincón.

 

No he encontrado a ninguno, después de tantos años;

El café no es el mismo y ya no está el ombú…

¡Oh noches del antiguo café de “La Paloma”

Que vieron dulcemente pasar mi juventud!

 

Pienso en todos: se han ido con sus pequeñas vidas,

Con los obscuros sueños que soñaban aquí.

Sólo queda un recuerdo de amor de primavera:

La renguita Lucía que tocaba el violín”.

 

El poema de Blomberg  (desconozco la fecha de su creación), nos puede dotar de ciertas pistas históricas, -entendiendo que evoca cuestiones reales y no meros personajes ficcionales-, que nos permiten concluir entre otras cosas que el café llevaba el nombre del apodo de una mujer. No dice “Café La Paloma”, sino café “de La Paloma”, lo que induce a pensar que la leyenda de la moza, podría ser cierta. También delata su pluma que había músicos aficionados en el local, como el guitarrista y la violinista. Y también recitadores. Con el avance de la profesionalización de la música porteña, el bar fue invadido por elementos de valía, sin descartar las tertulias espontáneas de aficionados y parroquianos. La escena del ombú parece indicar un regreso al café, cuando las obras del entubamiento avanzaban y tiraban abajo todo lo que se le cruzaba por el camino.

José Bossio contaba en su libro que el café pasó con los años a ser una pizzería cercana al Ferrocaril Pacífico, que solamente conservó la placa de “La Paloma”, pero que se denominó desde su modernización como “Pizzería Nápoles”. La gente del tango recordaba que tras el cambio, el barrio nostálgicamente hablaba de “La paloma herida”.


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