martes, 18 de mayo de 2021

 

¿POR QUÉ PRESERVAR?

 

   La tragedia, a diferencia del drama, tiene un desenlace irrepetible, lo trágico justamente, es que no hay una vuelta atrás. Los descuidos,  en preservación, se pagan caros, aquello que se pierde por demolición o destrucción, no puede ser restituído. Tomar conciencia de ésto, sentir el patrimonio urbano como propio, como parte de lo nuestro, de nuestra memoria, de los recuerdos de nuestros padres y abuelos, es el principio de la preservación.

Generalmente, la demolición de construcciones en buen estado de conservación o que pueden ser recicladas de manera conveniente, es evitable. Pero, a los fines económicos, parece que es preferible levantar edificios que en general se parecen estéticamente y que ofrecen cierta cantidad de servicios-llamados por las inmobiliarias, amenities- a expensas de metros cuadrados habitables. Con la prevalencia de este modelo, se sacrifican anualmente cientos de edificios de todos los estilos, incluyendo aquellos irreemplazables por su calidad constructiva, sus materiales y su relevancia arquitectónica.


EL TEATRO ODEÓN

   El teatro Odeón, ubicado en Esmeralda 367 y Corrientes  ,  fue construído por el empresario alsaciano Emilio Bieckert en 1891, en el mismo terreno donde antes se erigía el teatro Edén. En 1892 se inauguró con la obra La Dama de las Camedias de Alejandro Dumas (hijo). Diseñado por el arquitecto alemán Ferdinand Moog, su construcción demoró un año, con un estilo  ecléctico, que mezclaba elementos góticos con un aire italianizante. Podía contener 1800 espectadores en plateas, cazuela y paraíso, además de 65 palcos con con sus correspondientes antepalcos. A ésto se sumaban cuatro exclusivos palcos  avant-scene . Como dato interesante, el Odeón quedó en la memoria de la ciudad como el espacio donde se realizó por primera vez en el país una proyección cinematográfica, 'La llegada del Tren' en julio de 1896, a seis meses de su proyección en Paris, que presenciaron el austríaco Max Glucksmann, el francés Eugenio Py y el belga Henri Lepage, todos ellos pioneros del cine argentino. Y por años fue la sala preferida de la sociedad porteña. También se presentó aquí la primera comedia musical argentina, 'Madame Lynch'.






También fue emblemático en el ambiente político, en 1897 el congreso  decidió en su sala la candidatura de Julio Argentino Roca para la segunda presidencia de la nación.

En los dos pisos superiores, funcionaba el Royal Hotel  de Ludovico Schaefer con entradas por Esmeralda y por Corrientes, y en la esquina, el restaurante Royal Keller , que funcionaba en el subsuelo como su nombre en alemán lo indica y donde se reunía en los años veinte la intelectualidad porteña, como Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo, Emilio Pettorutti, Macedonio Flores, Xul Solar, el ya mencionado Borges, o el grupo de vanguardia literaria Martin Fierro entre otros. Ya en los treinta, el hotel cambió de nombre, fue el Gran Hotel Roi y la ochava se utilizó para ampliar la entrada a dicho hotel. Intervenciones muy desafortunadas,  fueron afeando la fachada y degradando su estilo, como la instalación de una gran marquesina. Con el correr del tiempo, la decadencia del edificio fue total, alejado de su estética original y con la pérdida de elementos arquitectónicos sustanciales. 






Hacia 1983, parecía haber recuperado un mínimo de su antiguo esplendor luego de una remodelación y la actualización de sus equipos de luces y sonidos. Se reinauguró con la obra 'Emily' con China Zorrilla, pero ésto no alcanzó.  En 1985, ante lo inminente, se apeló a la ley 14.800 de 1959, que declaraba de interés nacional el actividad teatral, protegiendo teatros de la demolición y en caso de producirse ésta, el propietario debería construir en el lote vacante, un nuevo teatro. Por esta ley, el teatro Odeón entre otros,  fue declarado de interés cultural  y arquitectónico, pero años después, esta protección fue revocada por Carlos Grosso y en 1991, el edificio fue demolido. En el terreno vacante, se instaló una playa de estacionamiento, y durante  el gobierno de Carlos Menem se liberó al propietario de la obligación legal de construir allí un nuevo teatro. Presentado una acción de  amparo favorable por la gente de teatro, ésta no tuvo fuerza concreta porque la ley 14.800 nunca se reglamentó. Con la intervención de Poder Ciudadano, se intentó obligar al poder ejecutivo,  con otra acción de amparo a reglamentar la ley, pero la cámara del fuero no dio lugar a dicho amparo negándole a Poder Ciudadano legitimidad para llevar a cabo la denuncia. Finalmente, en 2010 se comenzó con el proyecto de la torre Odeón, edificio de 37 plantas de oficinas, una altura total de 124  metros,  locales comerciales y dos teatros,  inaugurándose en 2019.







Junto con el cine teatro Gran Rex y el Ópera, formaba parte de los teatros que dieron identidad a la calle Corrientes.

En la sala del teatro Odeón, se presentó la compañía de María Guerrero en 1897 y en 1898, María Tubau con El gran mundo de Dumas; seguida en 1903 por la compañía de Carmen Cobeña  y de Enrique Borrán en 1907.  En su sala dio conferencias Leopoldo Lugones, Carlos Pellegrini, los franceses Jean Jaurés y Anatole France, y Jorge Luis Borges; cantó el dúo Gardel-Razzano en 1917 y en 1918, la compañía de Angelina Pagano.   Luigi Pirandello y su compañía Teatro d'Arte; o la compañía francesa Teatro Libre de Antoine en 1903 y mucho más tarde, en 1950, la compañía de Madeleine Renaud-Jean Louis Barrault , o la alemana Eugene Kloepfer que en 1934  estrenaba sus obras en Buenos Aires en la sala de este teatro.  En los años siguientes, se  presentaron zarzuelas, óperas, comedias musicales y piezas teatrales, entre otras, Margarita Xirgú en 1937 con Yerma y Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca. Estrellas locales como Iris Marga, Mecha Ortiz o Paulina Singerman estrenan obras en este teatro y también comedias con actuaciones de los artistas Carlos Gardel, Amelia Bence, Alberto Closas, Orestes Caviglia, Delia Garcés, Lola Membrives, el joven Antonio Gassman, el pianista Wilhelm Kempff en 1934, Inda Ledesma, Duilio Marzio, Nuria Espert, Diana Torrieri, Francisco Petrone, Niní Marshall, Libertad Lamarque, Nati Mistral, China Zorrilla, Ulises Dumont, Gianni Lunadei en 1974, y en 1977 Les Luthiers,  Astor Piazzolla, Luis Alberto Spinetta, Sergio Renán, Susana Rinaldi,  María Elena Walsh, y Osvaldo Pugliese en 1987.




   



EL ARROYO MALDONADO.

Mucha  gente  que circula por la avenida Juan Bautista Justo, no sospecha que lo está haciendo por encima de un arroyo entubado, que en momentos de sudestadas o importantes lluvias, adquiría  grandes proporciones. El arroyo, recorre San Justo, Ciudadela y Tres de Febrero en la provincia y los barrios de Versalles, Liniers, Villa Luro, Vélez Sarsfield, Floresta, Villa Santa Rita, Villa Mitre, Caballito, Villa Crespo y Palermo en la ciudad, para desembocar finalmente en el Río de la Plata, con un curso de más de veinte kilómetros. El Maldonado se constituyó como límite de la ciudad antigua, abrazándola. El tiempo lo integró a varios barrios de la ciudad, a los que periódicamente invadía con sus aguas por lo que se rectificaron sus aguas, se lo encorsetó en un enorme tubo de concreto y se crearon canales aliviadores. En 1997 , se limpió el cauce del arroyo. Pero no fue suficiente y el Maldonado continuó desvelando a los vecinos con sus  crecidas, hasta que en 2008, con un préstamo del Banco Mundial por 130 millones de dólares, se reestructuraron el entubamiento y los canales aliviadores, logrando  que Palermo, Belgrano, Nuñez y Colegiales queden permanentemente a salvo de nuevas inundaciones.









La historia del arroyo, coincide con el primer nacimiento de Buenos Aires, en 1536. La Maldonado,  una de las pocas mujeres que formaban la expedición de Mendoza , desesperada por el hambre y la epidemia de viruela, escapó del poblado cayendo exhausta en cercanías del arroyo. Allí fue testigo de las dificultades para parir de una puma (que en las crónicas de la época se describe como leona) a la que ayudó en el dificil trance. La puma, agradecida, acompañaba a la Maldonado y la alimentaba con restos de presas de caza.  Hallada por los españoles, se la castigó duramente atándola desnuda a un árbol para dejarla morir. Al cabo de tres días  Mendoza mandó a buscar su cuerpo, pero los españoles encontraron viva a la mujer, y decidieron perdonar el castigo, ya que el mismo Supremo la había perdonado. Su nombre quedó desde entonces asociado al arroyo.

Desde entonces, el Maldonado ha sido una usina de leyendas y mitos urbanos. Por tratarse de un arroyo orillero, su recorrido fue poblado durante muchos años por malvivientes, malevos y  marginales.  Hacia 1865, el arroyo era parte del límite geográfico de la ciudad y la provincia, cortado por el Camino del Norte (actual avenida Santa Fé), el Camino de Moreno ( actual avenida Warnes) o el de Córdoba (hasta el siglo XVIII, calle Santa Rosa). Los más sólidos puentes que permitían el paso en estas intersecciones, eran puentes de ladrillos apoyados en grandes arcos que recuerdan a la arquitectura romana. En los cruces de menor importancia  sobre el arroyo, se construían puentes de madera a veces precarios, que no soportaban grandes pesos. Hacia 1872, los tramways a caballo comenzaban a  atravesar el puente de material por Santa Fé para alcanzar  Cabildo y Juramento, en el recientemente fundado pueblo de Belgrano. En este punto y a la altura del cruce, policías a caballo cobraban el peaje por pasar a la provincia.  Aún no había estación de tren pero sí establecimientos militares como los cuarteles de del Regimiento 1° de Artillería, los Batallones 8 y 9 de Infanteria y el Regimiento 11 de Caballería. Luego se asentará en ese espacio el Batallón de Patricios y el Batallón 2 General Balcarce. El paisaje a los costados del recorrido hasta el cruce desde el centro de la ciudad, estaba formado por casonas rodeadas por quintas, potreros baldíos y hornos de ladrillos, muy activos por entonces, dada la gran demanda de éstos elementos usados en construcción. Pasado el cruce, el camino se bifurcaba, un sendero iba hacia la continuación del Camino del Norte (hoy Cabildo) y el otro sendero llevaba al bajo, por el Camino de las Cañitas (hoy avenida Luis María Campos), donde se hallaba la pulpería de Ambrosio, parada obligada de los paisanos a caballo. En 1897, se inauguran los tranvías eléctricos y simultáneamente, aparecen en el paisaje construcciones que nos resultan familiares, como el Jardín Zoológico, el Jardín Botánico, Plaza Italia con la estatua ecuestre de Garibaldi y la Sociedad Rural.





Desde los primeros años del siglo XX, el gobierno municipal comenzó la lenta transformación del arroyo, al rectificar sus numerosos meandros, incluyendo la desviación de su salida al Río de la Plata. Además, se hicieron obras de limpieza de sus aguas en las que se depositaban todo tipo de desechos orgánicos e inorgánicos que se arrojaban en ellas. Ésto aparejó la formación de nuevos barrios, el mejoramiento de los ya existentes  y la instalación de industriase en lo que poco antes era un páramo desierto. En 1907, sobre la avenida Santa se construye el puente ferroviario de la línea San Martín. Con sus gruesas columnas angosta la avenida atascando al tránsito, que incluye numerosas líneas de autobuses de pasajeros además de particulares. También se acumula en el mismo espacio, el público que utiliza el subterráneo de la Línea D, cuya estación se ubica en la misma esquina de Santa Fé y Juan B. Justo, por donde circula entubado el Maldonado.  Sólo estos pocos datos dan cuenta de la compejidad del área.






Pero una rémora del pasado fue el bar y billar La Paloma, o de la Paloma del gallego Dominguez, en la esquina noroeste de Santa Fé (antiguo Camino del Norte) y Juan B. Justo ( Santa Fé 4702/4730). En este lugar emblemático de aquel Buenos Aires, era donde convivían malevos y malvivientes, que inspiraban los personajes del Buenos Aires mítico que retrataron Carriego o Borges, que también frecuentaban el bar. Lugar icónico, donde había cafishos y sus pupilas, que  a su vez atendían a los soldados de los cuarteles de enfrente, el Regimiento I y II de Infantería,  mientras infaltables tahures los desplumaban con los naipes. Hacia 1912 era lugar de reunión de tangueros como Juan "Pacho"Maglio, Tito Rocatagliata al violín, Agustín Bardi  al piano y Eduardo Arolas al bandoneón, así como Paquita Bernardo, la primera mujer bandoneonista y la renguita Lucía que tocaba el violín.  El famoso "Cachafaz" Benito Bianquet y su pareja, Carmen Calderón, amenizaban las noches con sus pasos de milonga. Más tarde, se presentaba en el bar las orquestas de Roberto Firpo y de Vicente Greco. El escenario lo completaban las victroleras,  mujeres que ponían un disco a pedido a cambio de una propina. El equipo que usaban era la victrola de RCA Víctor, de ahí su apodo. La Paloma no sería con seguridad un lugar muy pulcro, las reiteradas quejas de músicos y clientes refieren a ratas que circulaban entre las mesas, lo que no es de extrañar por la cercanía del arroyo. Otros frecuentadores de La Paloma fueron Jorge Newbery,  el poeta Felix Lima, o el socialista Alfredo Palacios, y el dueño de la farmacia La Estrella, don José que ahogaba su reciente viudez con algunos tragos, así como muchos jóvenes de familias acomodadas que a escondidas, visitaban este sitio de 'mala fama'. El jefe de seccional Francisco Romay, relata que máas de una vez, irrumpió a caballo en el bar para frenar desmanes de parroquianos. Un gran ombú completaba la escena desde la vereda de enfrente. Los cambios edilicios, el 'adecentamiento' y el relevo de los antiguos vecinos por nuevas generaciones, provocaron una larga decadencia del lugar que finalmente cerró sus puertas en 1972. En su lugar, quedó una placa que recuerda a La Paloma y una pizzería, Nápoles, que no sobrevivió hasta el presente.




Lo cierto es que hasta avanzado el siglo XIX, el Maldonado era un pequeño curso de agua, que durante las crecidas tornaba la zona en un descampado barroso y anegadizo entre juncales donde abrevaban animales y aves. Pero durante las crecidas, sus aguas, por entonces no contaminadas, desbordaban el lecho e inundaban toda la planicie.  Pese a estos cambios, hacia 1913 seguía siendo una calamidad para los vecinos. Las fuertes corrientes de agua en las sudestadas, cuando ingresaban las aguas del Río de la Plata por su cauce,  arrasaban los precarios puentes de madera, que aunque resistieran, quedaban tapados por el agua incomunicando las inmediaciones. Entre los proyectos municipales que abordaban al Maldonado, hubieron algunos interesantes, como el del concejal Remigio Iriondo, que proponía convertirlo en un canal navegable  desde Liniers hasta su desembocadura, para empalmar con el Riachuelo en Puente Alsina. Pero este proyecto incluía la expropiación de los terrenos linderos de la ribera, hasta 35 metros de las orillas del Maldonado. Un proyecto anterior, el de la firma Portalis, Carbonier y Cía, que transportaba arena y frutos de la Mesopotamia, proponía casi a fines del siglo XIX, construir en la desmbocadura del Maldonado un puerto de cabotaje. El proyecto contemplaba dos anchas caminos de sirga a los costados del arroyo, plantados con árboles, y sus aguas navegables  se utilizarían para el transporte comercial de mercancías. A su vez, se prohibiría arrojar aguas servidas y otros residuos que contribuyeran a ensuciar las aguas. La iniciativa fue aprobada en 1889, pero no se concretó por los efectos de la crisis económica de 1890. Es un interesante ejercicio imaginarse qué distinta experiencia hubiéramos gozado los porteños si estos cursos de agua en la ciudad se hubiesen mantenido a cielo abierto y en condiciones controladas. 




Pero la Ley de Capitalización de Buenos Aires de 1880, borró la línea entre capital  y provincia, valorizándose las tierras, si bien aún conservaban ese ambiente de mala fama que lentamente fue diluyéndose en el tiempo. Los pobladores orilleros, las casas de tolerancia o la soldadesca de franco convivían con familias consideradas decentes y con filántropos como William Morris, actualmente convertida en museo y biblioteca popular en la calle Guemes, entre Fray Justo Santamaría de Oro y Godoy Cruz . El lugar recibió gran impulso cuando en 1909, en vísperas de los festejos mayos, se demolieron todos los edificios del cuartel Maldonado para instalarse allí el Pabellón de la Exposición del Centenario, que contenía numerosos edificios representativos de las naciones del mundo. Al finalizar semejante evento, fueron demolidos todos los edificios excepto el Pabellón Ferroviario que sigue en pie, y se puede ver desde el estacionamiento del hipermercado Jumbo. En oportunidad de la Exposición del Centenario se mejoró estructural y estéticamente el viejo puente que permitía el cruce del Maldonado desde hacía 40 años, recorrido por la línea 37 del tranvía  Anglo-Argentino.

Las futuras rectificaciones del Maldonado incluyeron el cegamiento delamplio desvío que hacía el arroyo a la altura de la calle Niceto Vega que llegaba hasta la Avenida San Martín. Las obras de ampliación de lostalleres del ferrocarril Oeste a la altura de Liniers, desviaron el antiguo lecho del arroyo hacia el norte. Desde 1910, se construyeron pasarelas para que los vecinos pudieran unir los barrios, lo que significó un gran adelanto por la escasez de puentes.

Pese a estas mejoras, el crecimiento de los barrios significó un aumento de las aguas servidas así como de los desperdicios que se arrojaban, lo que llevó a la idea de entubar el arroyo, para evitar así los problemas que los vecinos y las crecidas ocasionaban. y a mediados de 1923 comenzaron en Palermo, los trabajos para ese fin. Ésto implicó hacer un gran conducto de 14 metros de vereda a vereda y de 6 metros de altura, sostenido el techo por columnas. En el cruce del arroyo con Santa Fé, se decidió mantener el viejo y sólido puente de 1870, refaccionado en 1909.  Hacia 1935 se había avanzado hasta Flores. Hasta la década del 40, las quintas de verduras eran la característica de los barrios postergados, donde las inundaciones y la incomunicación resultante, seguían asolando a los vecinos. Pero si estas quintas permitían la absorción del agua de lluvia, a partir de la urbanización y el asfaltado de las calles el agua no pudo escurrir por la impermeabilización de los suelos. El canal aliviador que corría bajo tierra desviando hacia el arroyo Cildañez las aguas del Maldonado, contribuyó en parte a controlar los desbordes de Liniers y Villa Luro, pero las inundaciones seguían prolongándose en el tiempo.  Desde el año 50 al 53, se concluyeron todas las obras y se inauguró la avenida Juan B Justo en toda su extensión.Ya en 1997, como se dijo, y para permitir libremente el flujo del agua hacia el Río de la Plata, se llevó adelante una obra que implicó el retiro de gruesas rejas de hierro soterradas que impedían el paso de cuerpos hacia el Río de la Plata , así como el viejo puente de 1870 que permanecía enterrado y bloqueando el paso de los residuos sólidos hacia la desembocadura del arroyo. Esta vez la obra fue coronada por el éxito, y las temidas inundaciones periódicas del Maldonado, pudieron por fin evitarse. 








 

Cuando Enrique Cadícamo le puso letra a un viejo tango de Cobián llamado “A pan y agua”, recordó en sus versos a los legendarios personajes del tango que pasaron alguna vez por el Café La Paloma del gallego Domínguez. “Café La paloma por tus veredas brumosas se pasean las sombras de Tito, Arolas y Bardi”.

Efectivamente Eduardo Arolas al bandoneón, Tito Roccatagliata en violín y Agustín Bardi al piano, supieron alguna vez hacer sonar melodías tangueras por el boliche sito en Santa Fe y la actual Juan B. Justo, otrora calle lindante al arroyo Maldonado, que nacía en San Justo, seguía por Ciudadela y Tres de Febrero del lado de la provincia, cruzaba la vieja General Paz de tierra, transitada por carros a caballo, atravesaba la Capital en dirección sudoeste-sudeste y desembocaba en el Río de la Plata.

En 1924 se decidió entubar el arroyo de juguete –como también se lo denominaba- por las constantes inundaciones producidas por los desbordes de los días tormentosos. Las obras comenzaron recién durante el segundo mandato de Yrigoyen en 1929, terminando su primer tramo en 1933 (tiempos del Grl. Justo). El último tramo se terminó en el año 1940. Desde 1934 la calle entubada lleva por nombre Avenida Juan B. Justo en honor al gran médico y político del partido socialista. En tiempos de Perón, la rebautizaron como Avenida 17 de octubre y en 1955, tras el derrocamiento del peronismo, recuperó su nombre original.

Las barriadas de Villa Crespo y Palermo se criaron conviviendo con el Maldonado, como ineludible vecino de la vieja geografía porteña, cual si fuera una vereda de enfrente de estilo veneciano pero sin tanto romanticismo. Bordeada por sus cafetines aledaños, almacenes, fondas y despacho de bebidas, la zona se convirtió en una frontera difusa del mapa, en la cual fueron formándose grandes instrumentistas del tango. Entre ellos, cercana a la zona villacrespense del arroyo, hicieron sus primeras armas Paquita Bernardo, Osvaldo Pugliese, Pedrito Laurenz, Enrique Pollet y muchos otros. Mientras que hacia la punta palermitana, en las inmediaciones de la esquina de Santa Fe y el arroyo, se ubicaba el Café “La Paloma”.

La leyenda de Cadícamo dice que el local llevaba por nombre el seudónimo de una bella moza que todos pretendían. Lo cierto es que desde 1910 como mínimo, ya ostentaba su afamada identidad. El compositor José Guardo le dedicó el tango homónimo, grabado por Vicente Greco en la casa Tagini para la primeros discos Columbia Record de la orquesta típica criolla, cuando la formación la integraban el propio director y Juan Labissier como segundo bandoneón; Francisco Canaro y Palito Abate en los violines, el tano Vicente Pecci en la flauta y Domingo Greco en guitarra.

Mayor fama tuvo todavía el Café La Paloma, cuando Domínguez contrató al cuarteto de Pacho con Juan Maglio al bandoneón, Pepino Bonano al violín, Hernani Macchi en flauta y Leopoldo Thompson en guitarras, en los primeros años de la década de 1910. El escritor Félix Lima se hizo hincha y amigo de Pacho en las mesas del viejo bodegón, que tenía en principio fama de casa mugrienta y terminó con refacciones que la dejaron a punto para enaltecer la dignidad de la clientela.

En la década de 1920, personas de gran envergadura tanguera llevaron sus melodías a Palermo. Sobre todo el grupo de Villa Crespo con Paquita Bernardo, Pugliese, Laurenz, Pollet. También tocó allí Graciano De Leone. Era muy común que los conjuntos típicos acrecentaran su fama por el Maldonado, primero en Villa Crespo y después en Palermo, para ganar mentas y llegar luego al centro. Casi todos los mencionados siguieron ese itinerario artístico-musical.

En aquellos años de 1910 y 1920, sin tener todavía la comunidad musical de aliada a la gran propalación radial que explotaría en 1927,  las mentas se ganaban por los comentarios del público que pasaban de boca en boca, hasta que podían llegar al disco y de esa manera masificar desde la fonografía, la difusión de sus talentos musicales. Lamentablemente no sabemos cómo sonaban ni Graciano De Leone, ni Paquita Bernardo con Pugliese y Vardarito, ni Nicolás Vacaro ni Enrique Pollet ni otros tantos que cautivaron a los parroquianos del Maldonado, desde la zona de la calle Thames hasta Palermo. Por lo que se decía, parece que eran todos muy buenos porque han logrado quedar en el recuerdo no merced a la magia del disco, sino a la tradición oral de las camadas tangueras.

La misma tradición engalanó la historia del café “La Paloma” como uno de los más emblemáticos lugares de difusión nocturna de nuestra música, hasta convertirse en una especie de templo de devotos del dos por cuatro.

La literatura recordó a menudo la historia del café. José Bossio, en su excelente libro sobre los bares de Buenos Aires[1], rescató una frase del poeta José Portogalo:

“En La Paloma dije tus mejores versos,

Desde un palquito en alto que llegaba hasta el cielo”.

Al parecer, el café tenía un palco donde además de la orquesta o algún cantor con guitarras, solía representar la fibra recitativa algún poeta de la zona. No he podido confirmar el dato, pero es factible que entre los glosadores de las orquestas que declamaban desde el palco, supo estar Eduardo Escáriz Méndez.

Cadícamo cantó en tangos y poemas conocidos ya, loas a sus mesas. Pero lo curioso es el documento literario que he encontrado y quiero compartir con ustedes por considerarlo digno de demostración. Hurgando entre los papeles de mi hemeroteca, me topé con un ejemplar de la revista AUTORES (ligada a ARGENTORES y SADAIC) donde se publicó un poema de Héctor Pedro Blomberg intitulado: “Las noches del café de La Paloma”.

Los versos me parecieron magníficos y por eso los comparto aquí:

“Café del barrio viejo, café de La Paloma…

Yo soñaba en sus mesas o jugaba al billar

En los largos hastíos de remotos veranos

En las noches alegres que no han de volver más.

 

En una de esas noches mis ojos se encontraron

Con su carita pálida…era rubia y gentil…

Yo le escribía versos…me amó una primavera,

La renguita Lucía, que tocaba el violín.

 

Romero me aburría con largas narraciones

De cuando fue conscripto y anduvo por el sur;

Yo escuchaba en silencio, abstraído, y miraba

La vereda de enfrente, donde había un ombú.

 

El moreno Requena, tocaba la guitarra

Y me contaron historias que no tenían fin,

Historias de divorcios y escandalosos pleitos:

Requena era escribiente de un juez en lo civil.

 

Juan Cruz leía siempre novelas de Gutiérrez:

“El chacho”, “Hormiga negra”, “Juan Cuello”, en el café;

Soñaba con el tiempo de Rosas y tenía

Una daga de plata guardada en el jacquet.

 

Después venían otros, Anselmi, los Rodríguez,

Que jugaban al truco hasta el amanecer;

El oficial Martínez, que hacía versos malos,

Los leía en voz alta, en medio del café.

 

Don José el de “La estrella”, que cerró la farmacia,

Cuando una noche, en junio, su mujer se murió

Y le dejó solito…¡Como bebía el pobre!

Se quedaba dormido, tranquilo, en su rincón.

 

No he encontrado a ninguno, después de tantos años;

El café no es el mismo y ya no está el ombú…

¡Oh noches del antiguo café de “La Paloma”

Que vieron dulcemente pasar mi juventud!

 

Pienso en todos: se han ido con sus pequeñas vidas,

Con los obscuros sueños que soñaban aquí.

Sólo queda un recuerdo de amor de primavera:

La renguita Lucía que tocaba el violín”.

 

El poema de Blomberg  (desconozco la fecha de su creación), nos puede dotar de ciertas pistas históricas, -entendiendo que evoca cuestiones reales y no meros personajes ficcionales-, que nos permiten concluir entre otras cosas que el café llevaba el nombre del apodo de una mujer. No dice “Café La Paloma”, sino café “de La Paloma”, lo que induce a pensar que la leyenda de la moza, podría ser cierta. También delata su pluma que había músicos aficionados en el local, como el guitarrista y la violinista. Y también recitadores. Con el avance de la profesionalización de la música porteña, el bar fue invadido por elementos de valía, sin descartar las tertulias espontáneas de aficionados y parroquianos. La escena del ombú parece indicar un regreso al café, cuando las obras del entubamiento avanzaban y tiraban abajo todo lo que se le cruzaba por el camino.

José Bossio contaba en su libro que el café pasó con los años a ser una pizzería cercana al Ferrocaril Pacífico, que solamente conservó la placa de “La Paloma”, pero que se denominó desde su modernización como “Pizzería Nápoles”. La gente del tango recordaba que tras el cambio, el barrio nostálgicamente hablaba de “La paloma herida”.


sábado, 15 de mayo de 2021

 

LOS SUCESIVOS ESPACIOS LEGISLATIVOS




Primera sede legislativa : la Sala de Representantes: Perú 272


LA PRIMERA SEDE LEGISLATIVA
El poder legislativo tuvo una primera sede en la Sala de Representantes construída en 1821, en Perú 272, sobre lo que eran cinco casas de alquiler edificadas en 1782 sobre las antiguas huertas jesuitas, en el edificio de la Manzana de las Luces. La adaptación la llevó a cabo el arquitecto francés Próspero Catelin, y consistían en una Sala de Representantes y otras oficinas, con doble entrada, una pública por la calle Moreno y una reservada, por la calle Perú. La Sala de Representantes tenía una forma semicircular rodeada por tres hemiciclos para los representantes, palcos para los funcionarios y galerías para el público.

En 1981, el ámbito de la Sala se recuperó como patrimonio histórico, pues fue escenario de gran parte del desarrollo de la historia argentina. Sede de la Legislatura Provincial desde 1822 a 1884, de los sucesivos congresos y convenciones desde 1824 a 1864,  y del Concejo Deliberante desde 1894 a 1931, fecha en que finalmente fue desafectada de la vida política y pasó a ser ocupada por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo como aula magna hasta 1971. Allí juraron  como funcionarios de gobierno Rivadavia, Rosas y Mitre, en cuya presidencia se encargó un nuevo edificio como sede legislativa mediante un concurso que ganó el arquitecto  Jonás Larguía. Este cordobés había sido becado por el gobierno de la Confederación argentina en Paraná, y gracias a ello cursó su carrera en la Pontificia Academia di San Luca en Roma, fundada oficialmente en 1593.

LA SEGUNDA SEDE LEGISLATIVA
Surgió así en el solar de Balcarce y Victoria (hoy Balcarce y la actual Hipólito Yrigoyen) un edificio de influencia italiana cuyo frente tenía tres grandes arcos de acceso y un frontis triangular. Pero la capacidad de este edificio resultó insuficiente cuando creció el número de representantes en ambas cámaras. Recordemos que el poder legislativo argentino es bicameral, y que el número de representantes es proporcional a la población. Recordemos también que  la inmigración aumentó en grado sustancial esa población, con lo cual pronto se multiplicaron los representantes legislativos.
Hacia 1880, las tensiones derivadas en guerra civil por la capitalización de la ciudad de Buenos Aires, enfrentaron los poderes del gobernador de la provincia bonaerense, Carlos Tejedor, y del presidente Nicolás Avellaneda, tensión que finalmente se resolverá con la fundación de La Plata. Pero en ese interín de cuatro meses que duró la resolución del conflicto, el Congreso se trasladó al pueblo de Belgrano en cuya municipalidad  (hoy Museo Sarmiento) funcionó. Vuelto ya a la sede del cuerpo legislativo, y en pleno crecimiento el número de habitantes del país,  se decide elegir, hacia 1890,  un nuevo proyecto edilicio que fuera acorde a las necesidades. Se barajó la posibilidad de alojarlo en la manzana de Paraguay, Charcas, Riobamba y Rodriguez Peña, pero luego, por iniciativa de Juarez Celman, el cuerpo se decidió por el solar de Callao y Rivadavia que fuera comprado a Spinetto Hermanos, llamándose a concurso para ponderar los proyectos. Entre los muchos presentados, fue el del italiano Vittorio Meano el elegido. El arquitecto turinés,comenzó su obra en 1897, y en el año 1906 la labor parlamentaria inauguró el edificio. El antiguo Congreso de Balcarce y Victoria, luego de 40 años,  declaró levantada la última sesión parlamentaria el 15 de diciembre de 1905 . A su local, se trasladó desde Perú 270, el Archivo General de la Nación y los miembros de la Junta de  Historia y Numismática presididos por Mitre. El edificio se mantuvo hasta el año 1942, cuando fue demolido para levantar el nuevo Banco Hipotecario, actualmente sede de la AFIP, pero la Sala de Sesiones permaneció intacta por efecto de la ley 120.412.







Segunda sede legislativa: Balcarce y Victoria





El antiguo Congreso en situación, visto desde la Casa de Gobierno. Detrás de él, destacan las torres y la cúpula de San Francisco, y más allá, las torres de Santo Domingo. Observemos que el solar del Congreso es irregular y su frente está a 45° con respecto a la acera. El arquitecto Larguía pudo resolver estas dificultades y en dos meses completó los planos.




El actual palacio legislativo, frente a él, la plaza del Congreso en cuyo centro se sitúa el monumento a los Dos Congresos, en homenaje a la Asamblea del Año XIII y al Congreso de Tucumán. Delimitada por las calles Entre Ríos, Rivadavia, Hipólito Yrigoyen y Virrey Cevallos, la plaza del Congreso  completa un conjunto de tres plazas inauguradas en el Centenario, junto con la de Lorea y la de Mariano Moreno. En ellas desemboca la diagonal Avenida de Mayo, conectando la Casa de Gobierno con el Congreso. Estos espacios abiertos brindan un  marco adecuado para la apreciación del frente del imponente edificio.







LA TERCERA SEDE LEGISLATIVA
El arquitecto Meano definió para el Congreso un estilo italianizante, inspirándose en edificios piamonteses de grandes cúpulas, combinó  líneas rectas en la base tomando elementos de la arquitectura griega como columnatas corintias y un gran frontis triangular y los coronó con una gigantesca cúpula de 80 metros de alto  y 30.000 toneladas de peso. Sobre el frontis colocó una plataforma y en ella una Cuádriga de bronce tirada por cuatro caballos y conducida por la Victoria Alada. El conjunto escultórico del artista  Víctor de Pol, que mide  ocho metros de alto y pesa 20 toneladas, simboliza la República Triunfante. Con cuatro pisos y un  subsuelo, el edificio posee una Entrada de Honor por la avenida Callao, flanqueda por seis columnas corintias, dos cariátides  de mármol y cuatro leones alados cuya función es ser la base de hermosos faroles de opalina. La entrada de senadores es por Hipólito Yrigoyen 1849 y la de diputados, por Rivadavia 1850.
Para el proyecto, demasiado ambicioso, se había votado un presupuesto de $6.000.000 m/n, pero hacia el año 1914 ya se llevaban gastados $11.000.000 y el edificio no estaba concluído. Recién en 1946 se lo consideró terminado con el revestimiento de piedra en los muros de la rotonda sobre la calle Combate de los Pozos, y para entonces había consumido la friolera de $31.400.000. Los escándalos alrededor de la obra del Congreso, su presupuesto nunca cerrado, las investigaciones sobre sobreprecios y la demora en su terminación, fueron objeto de numerosas críticas, pero a su terminación el Palacio de Oro (como se lo denominaba popularmente), quedó demostrada la majestuosidad del edificio, uno de los palacios legislativos más grandes del mundo.


Vittorio Meano nació en Susa, Piamonte hacia 1860 y estudió arquitectura en la Universidad de Turín. Trabajó en el estudio de su hermano, el ingeniero Cesare Meano y en 1884, viaja a Buenos Aires para incorporarse al estudio de su colega, también italiano, Franceso Tamburini, especializado en obras institucionales y públicas de importancia. Tamburini muere al año de llegado Meano, y recae sobre éste la responsabilidad del estudio. Compite con otros 28 arquitectos locales y extranjeros por la obra del Congreso Nacional y gana el concurso, mientras participa en las obras del Teatro Colón que a la muerte de Tamburini estaban en el primer piso. Se presenta al concurso para la construcción del palacio legislativo  en Montevideo, y Meano se presenta. En el interín, el 1° de junio de 1904, a las 11.30h en oportunidad del almuerzo del arquitecto en su casa, Rodriguez Peña 30, llama a la puerta un ex-empleado de origen italiano que hacía dos meses había despedido y que fue su mayordomo por cuatro meses. Por razones pasionales, y en medio de una discusión en su escritorio, Carlos N. Passera dispara al corazón del arquitecto que muere en el acto. La razón del conflicto era la mujer de Meano, Luigia Franchini. Passera huye de la escena del crimen. Dos días después, se le notificaba al arquitecto que había ganado el concurso por las obras del Congreso uruguayo. Las obras inconclusas del fallecido, las concluye el ingeniero y arquitecto de origen belga, Jules Dormal, respetando los planos de Meano.

 PREJUICIOS DE LA EPOCA
Para concluir esta sucinta reseña de las circunstancias que rodearon las obras de ejecución del Congreso Nacional, diremos que fue convocada la artista tucumana Lola Mora para producir unas esculturas alegóricas que completaran la imponente fachada del palacio legislativo. La escultora se estableció en un espacio del mismo edificio, en el que instaló su taller e incluso, su vivienda, con entrada por Rivadavia 1836. Las alegorías, esculpidas en mármol de Carrara, de la Paz, la Libertad, la Justicia y el Progreso se implementaron en los flancos de la Entrada de Honor. Pero no tardaron demasiado en suscitar quejas del público conservador que veían las imágenes desnudas como manifestaciones de descaro, por parte de una mujer de vanguardia como la tucumana. Los sobreprecios que implicaron las obras del Congreso sumado a este prejuicio, desencadenaron un fuerte rechazo a las obras de arte que fueron enviadas a un depósito hacia 1915. La artista entonces, donó sus trabajos a la casa de gobierno jujeña y ahí permanecen desde 1927. Pero el 17 de noviembre del 2011, el gobierno kirchnerista descubrió réplicas de las estatuas en sus antiguos emplazamientos, que hizo hacer en un taller de San Martín, mediante moldes digitalizados y copias 3D.


 

LA ISLA DEL DIABLO O EL ÚLTIMO SUEÑO DE  LIBERTAD 

 

“El hurto sólo existe a través de la explotación del hombre por el hombre... cuando la Sociedad te quita tu derecho a existir, tú debes tomarlo... el policía me arrestó en nombre de la Ley, yo lo ataqué en nombre de la Libertad.” .   Clement Duval expresaba en su libro - "Outrage, An anarchist memoir of the penal colony"-  su resentimiento hacia una sociedad a la que había defendido en el quinto batallón de infantería durante la guerra franco-prusiana y que le había dado la espalda cuando fue herido por un mortero y enfermó de viruela. Sin encontrar trabajo y con grandes necesidades, no pudo evitar la tentación de robar, resistir a un policía y huir.

Duval nació en la Segunda República Francesa de Luis Napoleón III, hacia 1850, apenas abolida la esclavitud en las colonias y poco antes del golpe de estado que llevaría al país al Segundo Imperio. Una época de transición, donde la alta burguesía era favorecida por la política a expensas de los sectores subalternos.
Duval fue condenado a muerte, por robar y resistir la autoridad. Pero ante la defensa que llevó a cabo el anarquismo ante su causa, fue ‘ beneficiado’ con presión perpetua y  trabajos forzados en la Isla del Diablo, en la Guyana francesa. En 1887, es embarcado con otros reos en un barco que anticipa el infierno que habría de vivir. Con mínimas celdas donde el aire era irrespirable en la bodega, y en medio de  una total oscuridad plagada de alimañas, con un calor creciente y un único barril de agua por el cual los presos peleaban, gran parte de ellos no sobreviviría el viaje. La crueldad del sistema ante la desobediencia llegaba al extremo cuando ponían en funcionamiento tuberías con vapor caliente dentro de las celdas o cuando los guardias arrojaban palos de sulfuro encendidos en los pequeños agujeros donde estos hombres  apenas sobrellevaban su castigo.


La Isla del Diablo era una isla rocosa cubierta por la selva a 11 kilómetros de la costa de Guyana. En esta isla y otras menores, funcionaba el sistema carcelario francés fundado por Luis Napoleón en 1851 a donde se arrojaba no sólo a asesinos y criminales, también a los enemigos políticos del imperio.  De hecho, desde 1852 a 1938, albergó a más de 80.000 hombres en pésimas condiciones sanitarias. Para ellos, el sueño de alcanzar la libertad era de un altísimo riesgo: implicaba sobrevivir a fuertes corrientes marinas, tiburones y en caso de arribar a tierra firme, sortear la jungla impenetrable sin agua, sin comida y sin ningún medio. Tal vez por eso la vigilancia era escasa y muchos escaparon, muriendo en el intento. Pero si fallaban y eran atrapados, terribles castigos los esperaban. Eran comunes los confinamientos mayores a seis meses en estrechos calabozos en medio de la selva o  los trabajos forzados en terribles condiciones, sin raciones, descalzos, agobiados por el calor, bajo permanentes lloviznas tropicales y atacados por  furiosos mosquitos, que pululaban de día y de noche invadiendo  las celdas donde los presos dormían engrillados a catres de madera. Frente a las frecuentes muertes, sonaba una campana funeraria, se cargaban los cuerpos en carretillas y se los arrojaba al mar, donde eran esperados por los tiburones. A los que cometían falta muy graves, se los ataba a troncos en la selva y se los olvidaba allí, donde morían en  el término de poco tiempo.
Conseguida la ansiada libertad, debían pasar el mismo tiempo de condena en la Guayana francesa donde las condiciones de vida eran extremas y sólo luego de ese lapso de tiempo eran libres. Como era previsible, muchos volvían a delinquir y volvían al infierno del sistema penal colonial francés.
Clement Duval pasó 14 años en estas condiciones, intentando fugarse casi diecisiete veces. Finalmente, hacia 190, logró su cometido junto con otros ocho reos convictos, navegando de noche en una frágil canoa. La mayoría de los fugados no soportaban las duras pruebas que debían enfrentar para lograr su libertad lejos de la Guyana francesa y morían. Los afortunados, alcanzaban  Venezuela –donde eran conocidos como cayeneros- o  Colombia y aún más lejos. Pero Duval, logró llegar a Nueva York, y allí vivió hasta el final de sus días, cuando muere en 1935 a los 85 años. Su triste historia, es recibida como un legado por los anarquistas italianos residentes en Estados Unidos, que publican sus memorias en 1929 en lengua italiana.
A los 87 años de existir, en 1946,  La Isla del Diablo fue clausurada por el gobierno francés como cárcel, algunos presos volvieron a Francia, otros quedaron en Guyana.



Entre las miles de historias desconocidas de las víctimas de este sistema penal, destacan la del médico Pierre Brougat, héroe de la primera guerra mundial, merecedor de la Cruz del Mérito y la Legión de Honor, acusado por un delito político, que pasó cinco años en la la isla infernal hasta que escapó en 1928. Nunca quiso volver a Francia y rechazó el perdón de su gobierno, para instalarse en Juan Griego, en la isla venezolana Margarita, como médico. Fue tan apreciado por los locales, que un busto de él todavía lo recuerda pese a su lejana muerte, ocurrida en 1962.
Otros prisioneros conocidos, como el capitán Alfred Dreyfus que estuvo en la isla entre 1895 a 1899;  René Belbenoit, autor de La Guillotina seca   o Henri Charriere, conocido como Papillon, también dan cuenta de la deshumanización del régimen carcelario francés de Cayena, cuyas instalaciones hoy son invadidas por la selva. 
En sus memorias, Duval describiría al penal en la Isla del Diablo, como: "...Uno de los barrios bajos de Sodoma construída en la sombra de la bien intencionada burguesía de la Tercera República, un tributo a su modesta moralidad y su positiva ciencia penal...".