martes, 24 de agosto de 2021

LA CARIDAD BIEN ENTENDIDA.

Por  MaríaVictoria Trucco (UBA)


DE CÓMO SE CONSTRUYÓ LA CONCIENCIA SOCIAL.

   Generalmente, cuando se estudia la organización de la beneficencia pública en los estados modernos, no se profundiza en el origen de la inquietud que llevó a que la humanidad desarrollara  cierta sensibilidad hacia los sectores más vulnerables del conjunto social. Los conceptos de caridad pública, beneficencia o filantropía  son culturales, es decir, que fueron construídos por el hombre a través del tiempo y según las circunstancias que rodearon a los seres humanos para enfrentar la urgencia social de sus semejantes. Pero, alguna primigenia empatía debió haber provocado los primeros sentimientos de piedad hacia el otro, piedad que luego fuera desarrollada por distintas religiones con formas alambicadas   que dieron lugar a premios espirituales por solidarizarse con la desgracia ajena o  castigos por la indiferencia hacia ella. 

   Para apenas comprender cómo evolucionaron estos conceptos en el tiempo, resulta un ejercicio interesante recorrer a vuelo de pájaro las distintas culturas y sus concepciones respecto de las condiciones de vida de los menos favorecidos en cada una de esas sociedades, sin olvidar que prácticamente la totalidad de las civilizaciones antiguas fueron esclavistas o por lo menos, marcadamente clasistas. 

   Al establecerse diferencias sociales entre los distintos grupos, cada uno con sus afinidades, situaciones e intereses comunes, quedó naturalmente consolidada una sociedad clasista, en la cual las diferencias estaban definidas por el acceso o no a la propiedad de la tierra, al botín y a la mano de obra. Sin olvidar además que, la apropiación más o menos legitimada por el consenso social, fue de un modo u otro, la primera forma de tenencia de excedentes y luego, de riquezas. Esa legitimación primera, está en el origen de las diferencias sociales. La subordinación de un grupo social a otro depende en última instancia, de la inclinación de unos a apropiarse de los bienes de los otros, apelando a diferentes capacidades, suprimiendo escrúpulos o no sintiendo ninguno de acuerdo a la eticidad del momento, o bien, recurriendo a la violencia, situaciones que invariablemente, generaban -y generan- disconformidad en los grupos subalternos, que a través del tiempo, pueden o no derivar en conflicto social. 

   Las estrategias que desarrollaron los detentadores de la propiedad para enfrentar este desborde social ha sido diversa y no han escatimado recursos:  desde la réplica de las ciudades madre o metrópolis en colonias o poblaciones satélite  para apaciguar a grupos sociales desfavorecidos y conflictivos,  a la clásica represión violenta  por parte de las oligarquías del levantamiento social, o hasta la provocación deliberada de conflictos armados para nivelar el crecimiento demográfico, o bien y apelando a recursos más modernos,  a ejercer el control de la natalidad.  Todos estos son recursos que,  desde la antigüedad, fueron y son empleados para contener el conflicto social.

   Así es que puede deducirse con buen grado de acierto, que las soluciones sociales fueron estimuladas desde el poder por la necesidad pragmática de sofocar, o por lo menos, controlar, el desborde originado en las desigualdades sociales. Pero más allá de esas iniciativas que se limitaron a ejercer una mejor gobernabilidad en determinados momentos históricos, encontramos amplios movimientos humanitarios basados en la socialización de principios religiosos y en menor medida, en escuelas filosóficas, que hicieron de la caridad pública y de la conciencia del otro en desgracia, pilares fundamentales de sus valores éticos.

   Un pantallazo diacrónico del ejercicio de la ayuda social, basado en el análisis de continuidades y rupturas, puede ayudar a entender la evolución de la solidaridad en el tiempo. Los principios rectores de tal recorrido son dos: las diferencias sociales entre los miembros de una misma sociedad, es decir, los estamentos sociales de pertenencia, y el menor o mayor grado de sensibilidad-o la ausencia de la misma-,  que sintió la parte más favorecida de la sociedad por la parte menos favorecida por el sistema, es decir, los sectores más vulnerables. Nos detendremos solamente en los aspectos descriptivos de esos principios, sin profundizar en cómo los procesos evolucionaron hasta su emergencia en el momento histórico actual.


CARIDAD, BENEFICENCIA, FILANTROPÍA, ASISTENCIA PÚBLICA Y ESTADO DE BIENESTAR.  UN PANTALLAZO HISTÓRICO A LA CUESTIÓN SOCIAL

LA CARITAS PRIMITIVA.

   Debe quedar claro entonces, que la caridad, entendida como la acción solidaria pero individual que un sujeto sensible ejerce en forma aislada en cualquier época de la historia, no es el objeto de nuestro análisis.  Si en cambio, interesa aquí la actitud solidaria que un conjunto social desarrolló hacia los sectores más débiles de ese conjunto en forma sistemática. 

   Dijimos que la mayor parte de las sociedades antiguas fueron profundamente clasistas, es decir, basadas en la desigualdad social y ésto no es extraño, ya que los pueblos antiguos pasaban su existencia entre la guerra y el botín, que muchas veces consistía en mano de obra provista por la esclavización del enemigo. ¿Estaban en condiciones estos pueblos conquistadores y apropiadores, de ejercer la solidaridad con unos semejantes, que en realidad no eran ni sentían como tales?. Sabemos que el antiguo hinduismo que persigue una total conversión (o metanoia) del hombre y una casi total coincidencia entre religión, ética y  filosofía, conseguía su finalidad a través de un “cambio de corazón” del hombre, más que de una nueva comprensión intelectual de la doctrina. De esta forma, el individuo se dignificaba y lograba salir de la esclavitud y de la imperfección humana. Pero esa conversión, apuntaba al conocimiento de su  propia conciencia y al descubrimiento del “yo” a través de un ejercicio de interiorización o énstasis . La libertad en este pensamiento sólo es concebida con respeto al sí mismo y sólo puede ser libre aquel que atravesó este proceso alquímico de transformación. Ese camino, que en occidente podría asimilarse al mito de la caverna de Platón, apunta a la pregunta ¿Quién soy yo?, independientemente de qué cargo ocupe, o cuánta riqueza tenga, o cuánto éxito, o de cómo lo ven los demás. Es el yo despojado de todo atributo terrenal, es un liberado en vida, alguien desprovisto de necesidades, que no carece de nada, que no teme a la muerte.  Al morir el ego, el egoísmo pierde sentido, y también la caridad, pues también el ser se ha librado de sus cualidades y de su condición, de todo derecho y de todo deber. La tortuosa ascesis del yogui, le permite despojarse de las condiciones terrenas y de las limitaciones temporales.

   La invasión aria del valle del Indo, hacia el 1500 AC, monopolizó el poder sacerdotal y del ritual, en manos de los brahmanes, con función sacrificial. Seguidos por los ksatriyas, guerreros protectores y los vaisías, productores. Los invasores, aculturaron a los drávidas, más primitivos, imponiéndoles su lengua aria, el sánscrito, sus costumbres y sus creencias religiosas, proceso favorecido por el carácter poco dogmático del hinduismo. Un último estamento social, los shudras, los que trabajan por techo y comida, constituyen la cuarta clase védica. Más allá de ésta, el más miserable de los seres que componen esta sociedad, los parias, intocables o dalits, sujetos sin derechos, posiblemente campesinos nativos despojados y vencidos por los arios.  La breve explicación de la lógica de este sistema social marcadamente clasista, nos da la respuesta: la piedad era un disvalor, incompatible con el pensamiento mismo de las castas altas.

   Sin embargo, entre la complejidad de creencias de la India, el advenimiento del budismo contiene un despliegue de múltiples significados que explican el amor y la caridad. Entre ellos, la limosna no es caridad, más bien es una oportunidad de ejercitar la humildad de aquel que da, es un puente espiritual que conecta al monje y a la persona necesitada y todo el acto, se identifica con un sólo nombre:  dana,  desprenderse, deshacerse de poseer, encaminarse a la perfección, hacia el Nirvana. El dharma (o deber) del monje es dar, pero también lo es de cualquiera que aspire al Nirvana. Y la condición para dar como es debido, es la maitri, o dulzura, una disposición del alma que el hombre debe cultivar en forma habitual y que constituye una ley eterna "No hay nada más poderoso que la maitri. Jamás el odio ha extinguido al odio. La dulzura ha extinguido al odio". La benevolencia y el desinterés están en el espíritu de la praxis caritativa y esta conducta adquiere fuerza de mandato en el budismo. Las enseñanzas budistas que son reinterpretaciones de los libros védicos, describen varias formas de dar, y podemos concluir que algunas de ellas,  no se ven entre los budistas como deseables. Dar con fastidio, dar con agradecimiento por algún favor recibido en el pasado, dar con la esperanza de obtener algo, dar porque hacerlo representa prestigio, dar sólo a los que lo merecen, dar por miedo, dar para controlar, dar para humillar, son formas de dar sin maitri. Y al contrario, dar porque es bueno dar, dar por motivos altruistas, dar sin apego a lo material, son formas de dar que siguen el camino de la rectitud y el Nirvana. En fin, la polisemia del verbo hindú es apabullante. Lo cierto es que el vocablo védico dana, implica liberarse de las cargas de las pertenencias para despojar al yo de lo material, para disciplinarlo en camino a disolverlo e integrarlo al mundo espiritual. Se concluye entonces que los motivos por los cuales el hombre da, están estrechamente ligados a sus propias cualidades espirituales. Esta praxis, de contendido profundamente ético, se basa en la libertad moral de cada individuo de  decidir cómo da, pero motivada desde una religión ampliamente aceptada por el cuerpo social. 

   Paradójicamente y a pesar de la resistencia sostenida por los budistas al sistema de castas, las mismas escrituras que hablan del respeto a toda forma de vida y de la liberación del corazón mediante la indulgencia o maitri, han dispuesto la existencia de un sistema de castas tan riguroso que hasta el día de hoy, y pese a su abolición por ley en 1950, se sigue respetando socialmente. Esa indulgencia se ve muy limitada cuando se trata de parias, o peor aún, de intocables o dalits y fue la razón por la cual la compasión, la caridad, la piedad con los más necesitados, si bien se pudieron dar individualmente, nunca constituyeron políticas sociales en India, llegando incluso a prohibirse con fuerza de ley.  Existieron intentos de reformas sociales, tal vez la más destacable fue la de Gandhi, que a través de un nuevo método de enseñanza, trató de igualar en derechos a las castas inferiores, sin demasiado éxito. Podría concluirse entonces, que estas notables virtudes sociales no pudieron instituirse por estar en contradicción con un sistema de castas,  basado en una diferenciación social tradicional muy profunda.

   Pero conviene aclarar aquí que significa el concepto solidaridad. Esta cualidad, describe la adhesión de modo circunstancial a una causa de terceros, con una intención generosa. El término deviene del latín, in-solidum, aquel comportamiento que enlaza los destinos de dos o más personas, e implica un compromiso moral, ejercido con discreción, sin condicionamientos ni actitudes interesadas. El concepto en sí mismo implica cierta convicción de justicia, pero que en estas épocas de sociedades desigualitarias, sólo podía esperarse de la divinidad, no de las sociedades de hombres.

   Otro ejemplo antiguo lo da la civilización egipcia, ya desde las más tempranas dinastías, que contemplaba los derechos de mujeres, niños y esclavos  y hasta  la ayuda a los indigentes. Es decir, el rigor social no se impuso en esta sociedad como sí lo hizo en las occidentales.  De altos valores humanitarios y tolerancia hacia otras creencias, el espíritu de caridad estaba recompensado  con el premio a quien, luego de resucitado,  hubiera obrado bien. En inscripciones funerarias de 2400 aC, aparecen enumeradas las obras de caridad del difunto como credenciales  que éste alega ante el juicio que preside Osiris, para salvar o condenar su alma. La fórmula “…Yo di pan al hambriento, vestidos al desnudo. Yo transporté al que no tenía barca…”. se hizo tradicional.  A partir de 2000 aC. se impone la convicción de que las buenas y malas obras de cada individuo son condicionantes en el juicio que sigue a la muerte y aparece repetida en el Libro de los Muertos que se usó en el Imperio Nuevo (1550 aC a 50 aC). Sin embargo, esta inclinación moral hacia  formas más benignas de trato hacia los oprimidos, no alcanzó para eliminar la esclavitud, necesaria por otra parte para la concreción material del esplendor de esta civilización, en forma de estelas, mastabas, pirámides, monumentos y obras civiles sin las cuales, no habría quedado vestigios de su alto grado de desarrollo. 

   Entre los judíos, el tzedaká –justicia caritativa- habla de lo que es correcto y justo, y también implica el arrepentimiento y la oración para mejorar las consecuencias de los actos malos. El precepto del amor al prójimo aparece en Levítico,  Antiguo Testamento,  en un periodo más bien tardío "…Amarás a tu prójimo como a ti mismo…” estableciendo cierto sentido de fraternidad entre los miembros de la sociedad. Tal vez el gran aporte de la Ley Mosaica sea la valoración del trabajo libre, que en las sociedades guerreras de la antigüedad no estaba bien visto, y que constituye sin duda un instrumento para la nivelación social. La actitud  en cambio para con los enemigos, es de desprecio y venganza, justificadas por la creencia judía según la cual  el que ofende o rechaza al pueblo de Dios o al servidor del Eterno se hace enemigo de Dios mismo y por lo tanto, es un enemigo social. El concepto de caridad también está jerarquizado entre el pueblo judío, el dar a un hermano judío  es considerado el  más alto gesto caritativo, un nivel menor es dar a los pobres.

   El Islam tuvo desde el comienzo una actitud positiva frente a la caridad, que fue el tercero de los pilares de su doctrina. En ella se establece que todos los bienes materiales pertenecen a Dios, y que Éste deposita esos bienes y su confianza en los seres humanos en calidad de depositarios. La entrega de limosna o zakat -o parte del pobre- es un acto de adoración para hacer crecer al que da. Esta entrega consiste en la obligatoriedad de donar el 2,5% de los propios ahorros y del 5 al 10% de la cosecha, a los más pobres, vasto espectro constituído por trabajadores humildes, indigentes, prisioneros, deudores, viudas, huérfanos, viajeros varados, tullidos, voluntarios de la guerra santa o cautivos.  Con esta donación, los bienes se sublimaban, se purificaban y alentaban la prosperidad. O sea, el  zakat es la suma que un musulmán capaz, de cualquier sexo, que ha llegado a poseer cierta cantidad (o nisab) de dinero, debe donar por la causa de Alá y está establecida en el Corán y la Sunna, así como los castigos por no obedecer este mandato. Pero si no se ha llegado a ese nisab, no se hace obligatoria la donación. Sólo donan, los que más tienen y éstos deben calcular su propio zakat, que significa el 2,5% del capital cada año, y esa donación es considerada, un acto de justicia.  Pero un musulmán piadoso también puede dar en secreto el sadaqa, que puede ser caridad adicional a través de riqueza material o bien, buenas obras espirituales. Mahoma habló de la necesidad de la caridad y de hacer el bien, y prometió para los buenos musulmanes,  la Mansión Final.






   El modelo greco-romano, del cual la cultura occidental se considera deudora, no hizo de las virtudes sociales que consideramos en párrafos anteriores, un culto. Por lo contrario, en estas sociedades fundadoras de imperios, la ética estaba al servicio del poder y del dominio. Se condenaba la compasión, y como el hombre necesitado era débil, se lo despreciaba por su inutilidad pública.  En casos extremos, como el espartano (primer milenio a.C.), el estado era omnipotente y por su libertad, se inmolaban todos los intereses particulares. El individuo sólo contaba en función del colectivo y no interesaban, es más, se rechazaban sus debilidades, sus necesidades o sus miedos. La educación temprana de hombres y mujeres en la austeridad, las carencias, el dolor y el desapego, daban cuenta de una sociedad fría, sin compasión, donde constituía un deshonor proteger al hijo frente a la muerte. El poder absoluto de las leyes hacía de los legisladores, verdaderos dioses en una sociedad despiadada, donde los sacerdotes sólo podían ser funcionales a ese sistema. Los cultos a Aquiles y Heracles estaban generalizados y sus arquetipos modelaban la sociedad, donde no se toleraban y se exterminaban los discapacitados y los niños eran castigados desde pequeños para que aprendieran a resistir el sufrimiento. Durante la dominación romana, Esparta -tal vez el caso extremo de este modelo- debilitada por sus contínuas luchas, se concentró en demostrar una cruel pedagogía que atraía a los violentos y a los ávidos de ritos de sangre.  La diamastígosis consistía en la flagelación de los niños hasta la muerte, como lo relata Cicerón, en Tusculanas (II,34) con una afluencia permanente de público hasta el siglo IV  D.C.

   Pero Esparta, pese a sus excesos, no era la excepción. En las demás ciudades griegas, donde también imperaba la ley, la crueldad, como hoy se la concibe, estaba muy extendida. Solón debió prohibir matar a los esclavos, aunque no por razones humanitarias. Los esclavos eran prisioneros de guerra, o estaban sometidos a esa condición por deudas, con lo cual perdían todos sus derechos, sus nombres, sus posesiones, sus hijos y hasta su mujer, que quedaba liberada del vínculo matrimonial.  Aristóteles los definió como instrumentum vocale, y a esas herramientas parlantes no los asistía ningún derecho, ni siquiera el de la defensa que les negó el mismo Platón, pues fueron cosificados y reducidos  a ser posesión de otros, y por tanto no eran sujetos de derecho. En Tebas, se prohibía matar a los niños huérfanos ya que éstos  se negociaban con el estado, para alivianar la carga fiscal.

   Hubo en las ciudades griegas casos de socorros para ex-combatientes lisiados, y Pericles destinó  ayuda para pobres con la finalidad que asistieran a los espectáculos públicos, pero con estas dádivas, se perseguían sobre todo, fines políticos. Entre los griegos, la filosofía llenaba el vacío religioso, y es notable como los pensadores griegos, que trataron sobre la ética como la racionalización de la moral y  que hablaron sobre la felicidad y sobre la virtud, y cómo alcanzar una normativa que establezca socialmente lo correcto o incorrecto, lo permitido o prohibido o simplemente lo bueno y  lo malo, no pudieron superar el prejuicio racional de dar a cada uno lo justo. Para Platón, las leyes griegas nacieron para evitar que los débiles fueran sojuzgados por los fuertes, entendiendo que todo lo legítimo y lo justo, estaba contenido en la legislación, pensada como garantía del  bienestar general, ya que protegía a los más vulnerables y limitaba el poder de los más fuertes. Entendieron  bajo este sistema, que vivir bajo la ley implicaba consecuentemente disfrutar de un estado de justicia natural.  Sin embargo,  la evolución de la historia griega, desmintió una y otra vez ese presupuesto. De hecho, los derechos que la ley garantizaba para una parte de la población, los negaba rigurosamente para otra y en el extremo, los esclavos carecían absolutamente de la condición de sujetos políticos, reducidos como se encontraban a instrumentos de trabajo. En estas relaciones humanas, no entraban en el cálculo la piedad, la misericordia o la sensibilidad hacia las necesidades del otro.  Todos los hombres eran sociables y racionales, pero no todos podían alcanzar los derechos políticos del ciudadano, de hecho mujeres, esclavos y extranjeros tenían vedado el ejercicio de la política y muy limitado el acceso a la justicia. El clásico equilibrio que define Aristóteles como sabio y justo entre el exceso y el defecto,  no alcanzaba a proteger en materia política a la mayoría de la población.

   Por otro lado, debemos considerar que la polis, que representaba la población de estudio de los filósofos griegos, era un modelo de organización limitado tanto por el exiguo número de habitantes,  como por los escasos recursos.  Es interesante  observar que el conflicto social, denominado por los griegos stasis, producido por facciones políticas en pugna o por crecimiento demográfico de la población, se resolvía por las armas, o bien con la fundación de colonias o bien con campañas bélicas que redujeran la población masculina.  La stasis era  de este modo disminuida a un  nivel de control social aceptable, pero esta solución no podía ocultar que el problema permanente de la polis era la regulación de las desigualdades, la explosión demográfica y los recursos materiales y culturales monopolizados por una minoría.

   El pensamiento de Aristóteles distinguía dicotomías que daban pie a la idea de desigualdad social cuando identificaba la existencia de hombres y mujeres, padres e hijos, hombres libres y esclavos, artesanos y nobleza, o griegos y bárbaros, que va integrando a la sociedad de manera asimétrica. Estos pares dicotómicos están a su vez atravesados por relaciones de propiedad material, que da por resultado una importante concentración de poder en padres de familias extensas con abundancia de bienes materiales y esclavos.

   Ya en la gran Roma, los principios son aún más utilitarios y prácticos que en las ciudades griegas. Difícil es generalizar conceptos durante tantos siglos desde la Roma monárquica hasta la imperial, pero en líneas muy generales podemos sostener que el heroísmo, el arrojo en la batalla, la grandeza, la crueldad para con los vencidos, pero no la piedad, fueron considerados ejes fundamentales de la cultura y la sociedad romanas. Los condicionamientos históricos hicieron que la vulnerabilidad fuera vista como despreciable y la caridad como una debilidad  inconveniente. Para Aristóteles y luego para Roma,  la pobreza era fuente de sediciones y de crímenes, y si se ayudaba al pobre no era por amor, sino para neutralizar la amenaza social que significaba.

   El mundo antiguo era utilitario y pragmático, más no justo. Hubo agravantes: el vicio y la corrupción fueron carcomiendo la moral romana y el patriotismo. A medida que el imperio crecía y adicionaba territorios y pueblos, fue convirtiéndose en una entelequia. Hasta el advenimiento del estoicismo, y luego el cristianismo, el sentimiento de caridad con el pobre estaba completamente ausente de la idiosincrasia romana, como antes lo había estado de la griega. La virtud teologal de la caridad que enseñó el cristianismo temprano, encontraba fuertes resistencias en las leyes, costumbres y hábitos culturales de romanos y bárbaros, y habrían de transcurrir siglos en occidente, para que las sociedades concibieran la igualdad –aunque no en términos jurídicos- y la solidaridad, como los principios  que hacían posible la convivencia de los hombres.

   Los cristianos de la Roma medieval constituyeron el movimiento más amplio en contra de los disvalores del Imperio, y si bien el Cristianismo –que basado en la escolástica aristotélica no pudo imponer doctrinalmente la igualdad social y jurídica entre los hombres-, si logró en cambio, imponer en amplia escala,  respeto por los Sacramentos, principios de misericordia, de caridad, de piedad y de fé en el futuro –aunque fuera escatológico-, con la condición de llevar una vida de bien basada en las buenas obras hacia el prójimo. De esta forma, los primeros mártires lucharon con bastante éxito  contra el incesto, el infanticidio y hasta la antropofagia, prácticas muy comunes en la Antigüedad e incluso en el Medioevo temprano. La revolucionaria novedad del amor hacia los otros,  que llega a su punto máximo con San Agustín, hace hincapié en la persuasión, la paciencia, la verdad, la tolerancia, el perdón, el sacrificio, la defensa y el alivio de los sufrientes, es decir, todas aquellas cualidades que en Occidente no se habían estimulado en las sociedades antiguas, salvo en reducidos espacios y tiempos.

   En el Medioevo, toda la economía se sujetó al principio teológico de la Salvación, los precios se intentaron ajustar a los costos de producción según la teoría del precio justo, y  no según la oferta y demanda de bienes, y se procuró justicia en la realización de los contratos, la posesión de propiedades, el uso del dinero y la ganancia moderada y legítima. Sin embargo y como es frecuente en la historia, la sucesiva reiteración de las normas implica el desconocimiento de las mismas de una parte de la sociedad. Al pensarse en la sociedad como una entidad de carácter espiritual y no económico o material, la idea de proteger a los débiles contra los abusos estaba bien extendida. Los teólogos y los Concilios también persiguieron la usura, condenándose la especulación con los pobres y por ello, practicarla era un pecado capital. La legislación contra la usura era muy estricta e incluso contemplaba la excomunión, la prohibición de ejercer el comercio y la prohibición de un entierro cristiano al que la practicara, como así también a los jueces que avalaran estas prácticas. 

   La tradición apostólica aceptada por los católicos, ha sostenido que es necesaria la extirpación de la codicia, raíz de todos los males. El atesoramiento, síntoma de avaricia, se miraba con desconfianza, mientras la ley moral vigente predicó la conformidad con lo que se tenía. El usurero, ponía el precio al dinero que prestaba teniendo en cuenta la necesidad del que recibía el préstamo, y ésto era considerado sumamente inmoral por la Iglesia católica, ya que transgredía muchos de los considerados auténticos preceptos bíblicos que eran la fuente de la doctrina aceptada.




   En cuanto a la caridad, diremos sucintamente que para los católicos, el hombre se salva gracias a sus obras de misericordia. La caridad, expresa el mandato bíblico del amor al prójimo, y practicarla, es deber del buen católico. La  exégesis de los Evangelios y sus comentaristas, donde se condenan tanto la usura como la falta de caridad como pecados, no es el objeto de este trabajo pero, invitamos a los interesados a nutrirse de los abundantes pasajes bíblicos donde se habla de estos temas. El desarrollo teórico del cristianismo refiere a una sociedad ideal de iguales, de hermanos unidos por el vínculo del amor de Dios. Y si bien la Iglesia de los hombres consiguió de forma bastante imperfecta este ideal a través del tiempo, ya que frecuentemente se vio involucrada en espinosas cuestiones temporales, lo cierto es que la filosofía de la primera cristiandad perseguía el bienestar general de todas las sociedades, posible mediante la solidaridad como elemento fundamental para conseguirla. Consecuentemente, la doctrina cristiana parte del supuesto de la existencia de una autoridad espiritual que en su normativa contemplara la solidaridad como principio organizador de la sociedad, basándose en la virtud de la caridad, en el despertar en el individuo la conciencia del otro en desgracia. La recompensa para el cristiano temprano,  era el Cielo.

   Inefablemente, el fenómeno de las Cruzadas y el contacto con la magnificencia de Oriente, puso fin a la edad mística de una Europa abatida por las invasiones bárbaras y la decadencia cultural. Más tarde, con el flujo de metales preciosos de América y la consolidación política de fuertes estructuras de poder en manos de casas reinantes y altos dignatarios, estuvo en condiciones de incrementar el comercio y con ello amasar fortunas sin precedentes, alimentando la usura, el afán de lucro, de bienes materiales y de placeres. En este contexto, las disensiones internas de la Iglesia cristiana temporal desembocaron fatalmente en un Cisma,  que separó cristianos seguidores de reformistas protestantes o de Iglesias controladas por estados,  de los católicos apostólicos romanos, seguidores de la ortodoxia papal. Desavenencias doctrinarias, morales, litúrgicas y prácticas, causaron esta separación. Las diferencias fundamentales que interesan a los fines de la comprensión de este trabajo, se centran en dos temas, la posición de cada una de la Iglesias respecto a la caridad y su distancia respecto a la usura. En muchos sentidos, la compra de cargos eclesiásticos por parte de familias ricas o segundones nobles, fue resquebrajando los pilares de la iglesia estamentaria vinculada al poder. Los principios originales del cristianismo temprano, se abroquelaron en las órdenes religiosas, muchas de ellas mendicantes, reticentes al poder y la riqueza, cuyos miembros renunciaban a los bienes materiales y a los placeres mundanos.







LA ETICA DEL BURGUES

   Por fuera de las celdas conventuales, el hedonismo renacentista se expresó de múltiples maneras, de las cuales el arte y la arquitectura son las más extraordinarias. El individualismo sin frenos éticos fue el modelo que se expandió por Europa como reguero de pólvora y llegó al extremo de que un Medicis, el Papa León X, autorizara la venta de Indulgencias en 1517, para financiar la construcción de San Pedro. Los teólogos cristianos encontraron fuertes resistencias dentro y fuera de la Iglesia para sostener el modelo medieval de una sociedad espiritual.  Y el individualismo burgués, que reclamaba argumentos legitimadores de sus grandes fortunas, encontró en el protestante Juan Calvino,  la más funcional de todas las doctrinas.



   Para lograr ésto, el teólogo francés debió recurrir al Antiguo Testamento y a evangelios considerados apócrifos por la doctrina establecida por el Papado. Desde esas fuentes, justificó el rechazo a la caridad y la práctica de la usura.  El Antiguo Testamento muestra a un Dios colérico, terrible y vengativo, que no tolera la debilidad y mucho menos la misericordia. El Dios protector de un pueblo elegido que predominaba sobre los otros pueblos. El Nuevo Testamento del que se nutría la Iglesia romana, presentaba a un Jesús piadoso, que perdonaba a sus enemigos aunque sean pecadores, si éstos optaban por una vida de caridad, que salvaba a los fieles, que festejaba el despojo de los bienes materiales y que repudiaba la codicia, que ayudaba a los débiles y restauraba la salud. Jesús era un trabajador humilde, un carpintero amable.

   La ética calvinista establece el perfil del burgués, basado en  la pulcritud, la puntualidad, la innovación, el culto al trabajo, el progreso, el individualismo, la audacia, la iniciativa particular, la propiedad privada, la movilidad social, la libre empresa, la libertad de trabajo, de reunión y de manifestación, y la negación a las restricciones gremiales. El triunfo de estos valores se expandió rápidamente por Europa y la burguesía se convirtió en la clase dominante. En el otro extremo de la sociedad, los pobres eran más pobres que nunca. La cita de Aguirre Liévano(1996)  es suficientemente descriptiva:

“…Una miseria bien distinta de la antigua pobreza de la Edad Media; una miseria que no era el resultado de la estrechez general de una época sino de la franca explotación de los desposeídos por los nuevos ricos, quienes ahora se servían de los remanentes del feudalismo para acelerar el proceso de concentración y atesoramiento de la riqueza.[…] Este explosivo contraste entre el lujo y la miseria condujo a un estado de malestar general y en extensas zonas de la cultura de Occidente comenzaron a removerse, con inusitada violencia los fundamentos tradicionales del orden...”.

   Conscientes de esta subversión del orden medieval, los intelectuales católicos suponen que la supresión de la propiedad privada puede conducir a la paz social y  producen obras como la de Tomás Moro,  “Utopía”, el relato de una comunidad imaginaria en una isla,  escrita en 1515 o la “Ciudad del Sol” de Tommaso Campanella, escrita en 1602 y publicada en 1623, donde se elogia la vida comunitaria y se repudia la soberbia y la ambición. Pero estos esfuerzos fueron vanos y aislados. En forma dispar, el potente germen burgués estaba definitivamente arraigado en las sociedades europeas.


EL MUNDO HISPÁNICO DE LOS REYES CATOLICOS

   Cierta resistencia a la expansión del espíritu burgués, lo constituyó el imperio de los Reyes Católicos. En España, la caridad, una de las tres virtudes teologales, tiene fuerza de ley. El catolicismo –y no así las iglesias reformadas- consideraba que la caridad se demostraba con las obras en beneficio del prójimo. Aquel que practicara la caridad ganaba el Cielo y se redimía de pecados menores, ya que ésta era una de las virtudes fundamentales del católico. En los Evangelios, Jesús se identifica con el desvalido, de tal modo que sentía como propio, el mal que se le infringiera a un hermano en desgracia. El mandato reza “…Se amará al prójimo, como se ama a Dios y a uno mismo…”, es decir, que el impulso que inspira la caridad es el amor desinteresado y, en virtud de este principio,  el limosnero es la representación misma de la oportunidad de hacer el bien. Era costumbre en España, ver los llamados “manos muertas” golpeando las puertas de los aldeanos para pedir alimentos y bebidas, que nadie se atrevía a negarles. La tradición popular recuerda:

“…Mano, Mano muerta,

Dios que te sostiene,

Un pedacito de pan,

Un poquito de vino…”

 o bien,

 “….Mano muerta, mano muerta

 ¡Abridme la puerta!…”

   En el mundo hispánico, las acciones inspiradas en la caridad constituyen las catorce obras de la misericordia, de las cuales las siete primeros se consideran corporales y las siete siguientes espirituales y que incluyen la hospitalidad, el dar de comer y beber al necesitado, la visita a los enfermos, el vestir al desnudo, el liberar al cautivo, el enterrar a los muertos, el enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se desvía, consolar al triste, perdonar las ofensas, tolerar los defectos ajenos y rezar por los vivos y los muertos.  La caridad, entendida en sentido amplio,  debía ser la manifestación activa de piedad o compasión sin jactancia y si bien se podía manifestar como una contribución material, para que Dios las considere de valor, estas dádivas debían brotar del corazón.

   Bajo esta inspiración evangélica, la Iglesia romana asociada al mundo hispánico ejercía un fuerte control social sobre aquel. El antiguo régimen español  afrontaba las urgencias sociales bajo el influjo de la caridad católica y una especie de ley moral obligaba al súbdito español a solidarizarse con la miseria del prójimo, sea familiar o vecino. La asistencia a las viudas y huérfanos, la reconstrucción de una vivienda o la limosna a ‘los manos muertas’ eran obras de misericordia frecuentes en la sociedad española, con los muy estrechos límites propios de la realidad económica. Un capítulo aparte merece el clero regular o conventual, con una marcada inclinación a la renuncia a los bienes materiales y a ejercer la caridad evangélica con una amplia grey de excluídos, hambrientos, necesitados, huérfanos, enfermos, viejos soldados, mujeres de la vida y desamparados en general, que buscaban refugio en las gruesas paredes de los antiguos conventos, frecuentemente convertidos en hospitales o en escuelas. Ésto coexistía con formas de previsión, como las practicadas por los gremios-que estuvieron bien vivos en la península y sus dominios hasta fines del siglo XVIII- y que sólo beneficiaban a los artesanos miembros y sus familias en épocas de necesidad,  o incluso ciertas formas paternalistas como las que ejercían los señores con sus siervos. 

   Ya hacia el siglo XI comienzan a aparecer las primeras formas de beneficencia oficial, es decir, obras que no son ejercidas por la Iglesia o por personas piadosas, sino por los ayuntamientos, como una forma de respuesta pública a las urgencias sociales.

LA IGLESIA ISABELINA  

   El caso inglés es bien distinto. Recordemos que la Iglesia protestante había disuelto los monasterios y las cofradías religiosas que protegían a los pobres, y ésto, sumado al crecimiento poblacional y a la condena de la caridad particular crearon una situación social sin precedentes en la historia inglesa.  Las Poors Law (1597 y 1601) isabelinas tuvieron antecedentes en los gobiernos Tudor de Enrique VII , Enrique VIII y Eduardo VI,  que desde el siglo XV intentaban contener la pobreza mediante leyes represivas. Se colocaba a los pobres en cepos, se los marcaba, se los azotaba, se los sometía a servidumbre  y se los castigaba de las maneras más imaginativas, llegando a la muerte misma,  porque “…la ociosidad es la madre y raíz de todos los vicios…”. En el siglo XVI se distinguió entre el “pobre impotente” y el “mendigo robusto” es decir, aquel que estaba en condiciones de trabajar y que incluía a mujeres, niños pequeños y a desempleados, que fueron puestos en la misma categoría que los mendigos, a pesar de buscar trabajo, aunque sin éxito en obtenerlo. Las Leyes de Asentamientos fueron creadas para impedir que un recién llegado se afincase en un pueblo, con lo cual se estimuló en la población desconfianza y enconada hostilidad hacia los extraños o las mujeres embarazadas. En los municipios ricos se instalaron hospicios y orfanatos que fueron muchas veces gestionados en  forma deshonesta y en beneficio de sus administradores, y en general, fue mal vista cualquier forma de paliativo para mitigar la miseria o la desesperación de los necesitados, a quienes se consideraba una peligrosa excrecencia social .



   Es bien conocido el contenido moral de la Disertación sobre las Leyes de Pobres del clérigo inglés Joseph Towsend, escrita en 1786 bajo el seudónimo  “Alguien que desea el bien de la humanidad". El texto se reproduce a continuación, y es suficientemente explícito respecto de la opinión que se tenía de los estratos trabajadores más bajos de la sociedad, a los que se disciplinaba mediante el hambre y la insatisfacción de las  necesidades básicas.

“…Los pobres saben muy poco acerca de los motivos que estimulan a las capas más altas de la sociedad a la acción: el orgullo, el honor y la ambición. En general, es únicamente el hambre la que puede estimular y atraerlos [a los pobres] al trabajo; sin embargo, nuestras leyes han establecido que ellos nunca padecerán hambre. El hambre no es solamente una presión sutil, sino que puede ser el motivo más natural para que la gente sea industriosa y trabajadora, y realice los esfuerzos más poderosos. El hambre doma a los animales más fieros; les enseña decencia y civismo, obediencia y sujeción a los brutos, a los más obstinados y a los más perversos. Ciertamente, es una queja generalizada de los granjeros que sus hombres no trabajan tan bien cuando están satisfechos y no tienen hambre…”

“…Parece ser una ley de la naturaleza que los pobres deben ser hasta cierto grado incapaces de proveerse a sí mismos, que siempre habrá algunos que puedan atender los oficios más serviles, más sórdidos y más innobles de la comunidad. La esencia de la felicidad humana resulta grandemente beneficiada en la medida en que las personas más delicadas y sensibles no tienen que trabajar en quehaceres laboriosos, sino que resultan liberadas de los trabajos ocasionales que las hacen miserables, permitiéndoles la libertad para proseguir, sin interrupción, aquellas acciones para las cuales son adecuadas y que resultan las más útiles al Estado. En lo que se refiere a los trabajos más bajos de los pobres, por lo general ellos están contentos con las ocupaciones más miserables, los trabajos más laboriosos y las actividades más peligrosas. Las armadas y los ejércitos de un Estado se enfrentarían muy rápidamente a una escasez de soldados y de marinos si la sobriedad y la diligencia prevalecieran universalmente. ¿Qué es si no la desesperanza de la pobreza la que hace que las clases más bajas puedan encarar los horrores que los esperan en los océanos tempestuosos o en los campos de batalla?...”

“…Por lo tanto, una provisión segura y constante para los pobres debilita este resorte vital. Aumenta su incapacidad para proveerse a sí mismos, y además no promueve su agrado para hacer todos los trabajos que una comunidad requiere de los más indigentes de sus miembros. Tiende a destruir la armonía y la belleza, la simetría y el orden de ese sistema que Dios y la naturaleza han establecido en el mundo…”.

TODOS LOS HOMBRES COMO SUJETOS DE DERECHO: LA IGUALDAD

BENEFICENCIA Y CONCIENCIA

   Hasta el advenimiento de la Ilustración y su derivación política que estableció la igualdad jurídica entre los hombres y que constituyó un principio fundamental de la revolución francesa, las sociedades fueron marcadamente clasistas, jurídicamente injustas y políticamente absolutistas. Los principios revolucionarios franceses establecieron la igualdad jurídica entre los hombres, que así alcanzaban el status de ciudadanos. La igualdad y la fraternidad son principios básicos de la Revolución  y la evolución del  estado de Derecho moderno estableció la responsabilidad del colectivo social, con respecto a la parte vulnerable de la sociedad.    La noción de progreso -hijo dilecto de la Revolución- y de paz social,  sólo es realizable si los derechos y deberes de los ciudadanos se armonizan mediante la solidaridad. Este concepto de solidaridad se convierte en condición infraestructural de una república fundada en la igualdad del colectivo humano que la compone, aunque en la práctica y aún a más de doscientos años del fenómeno revolucionario, la aplicación del principio solidario sea absolutamente imperfecta.

   Curiosamente, este concepto de fraternidad social surgido de los principios revolucionarios franceses y aplicado a un ciudadano en desgracia, se fundamenta en que el pobre y el rico, tienen  derechos y deberes igualados ante la ley.  Esta nueva situación, coloca en un lugar muy diferente al antiguo concepto de hermano cristiano basado en una doctrina de carácter espiritual. En el concepto revolucionario, la intervención estatal vendría a reparar la desigualdad social como un acto de justicia distributiva, apareciendo la Asistencia Estatal como una obligación propia del gobierno ilustrado, que irá  reemplazando en forma incompleta la acción de las iglesias en la tarea social.  Esta política social del Estado es un conjunto de principios, normas y procedimientos para asistir a personas, grupos o comunidades en situación vulnerable. Y si bien la institucionalización de la beneficencia surge, de alguna manera enlazada con el estado liberal y con el capitalismo industrial, como formas política y económica, no debemos olvidar el gran influjo que ejerció sobre ella el protestantismo, que negaba que las obras de caridad salvaran al  hombre y lo redimieran, porque éste -según el protestantismo-  ya estaba predestinado a la redención o la condena desde antes de nacer. La tesis weberiana, basándose en este principio,  vincula el protestantismo con el espíritu del capitalismo ya que, al no condenar la usura y al no practicar la caridad, el protestantismo permite a la sociedad burguesa, la acumulación originaria necesaria -a expensas de la población vulnerable- para el despegue o take off capitalista.

   Con mucha lentitud y frecuentes retrocesos, estos rasgos de las sociedades antiguas fueron atenuándose en Occidente durante el siglo XIX, si bien profundas y perniciosas rémoras de esas formas absolutas de ejercer el poder resistieron en muchas partes, incluyendo del llamado primer mundo. Las sociedades modernas, que pretendían haber abolido los privilegios, los mantenían tanto en términos de clase como en términos económicos o de vinculación con el poder. A pesar de éso, la solidaridad que se expresaba mediante una conciencia social colectiva y una lucha contra las injusticias sociales lo hacía en nombre de la  igualdad de posibilidades de los ciudadanos, establecidas por el Estado de derecho. Las acciones dadivosas ya no eran reservadas a los buenos cristianos ni se esperaban de éstos exclusivamente, y si bien se mantuvieron por mucho tiempo más formas mixtas de caridad católica y de beneficencia institucional, las políticas sociales que llevaba adelante el Estado decimonónico suponían la participación solidaria de todos los ciudadanos y para ésto, se hacía necesario el reconocimiento de la dignidad y los derechos del otro, y la sensibilidad necesaria para reconocer las situaciones de indefensión social. De cualquier forma, por mucho tiempo pervivieron las formas más injustas de explotación del hombre, no sólo en el mundo emergente donde en nombre de la civilización se cometieron genocidios y se esclavizó a los excluídos, sino también en el llamado primer mundo, donde las necesidades del mercado de trabajo industrial demandaron la participación de hombres, mujeres y niños en condiciones paupérrimas y sin la mínima protección laboral o legal, hasta bastante entrado el siglo XX , cuando las agrupaciones gremiales y sindicales lograron una grado de organización suficiente como para enfrentar al sector capitalista.

Reparto gratuito de indias realizado por la Sociedad de Beneficencia entre familias burguesas en 1878. Foto: lanacion.com.ar

Reparto de indios entre familias de empresarios tucumanos
Foto: books.openedition.org



Remate de tierras de comunidades

Una de las tantas matanzas indígenas.
Foto: Comisión Provincial de la Memoria Chaco.



Niños trabajadores en una fábrica inglesa de la época victoriana
. Foto: Wall Street International Magazine



   Sin embargo, esta primera beneficencia estatal se limitó a responder a las necesidades urgentes de los marginados, sin intentar políticas de previsión social que llegasen a amplios sectores de la comunidad para subsanar las causas de la pobreza, que  seguirá siendo estructural por décadas, mientras la sociedad fuertemente clasista seguirá naturalizando las desigualdades. En la actualidad, algunos estados se han hecho cargo de la cuestión social, haciéndola parte de su agenda, y coexistiendo con distintos grados de intervención, algunas de estilo caritativo al estilo antiguo, que subsisten y aún cuentan con el apoyo del público y de los gobiernos.

   Desde la antigüedad, es natural que existan pobres y es necesario que éstos se esfuercen en salir de la pobreza. Los marginados que no logran salir de la pobreza son mirados con desprecio pues se los acusa de indecencia y de debilidad de carácter. En el imaginario popular y en  distintas gestiones de gobierno, es frecuente que se ignoren o se demuestre indiferencia antes las causas personales y aún sociales de la situación individual de alguien que no ha logrado salir de la pobreza, causas de toda índole, culturales, parentales, afectivos, discapacitantes o incluso raciales.

 De esta forma, la sociedad demostraba su incapacidad para percibir las causas de la pobreza y sólo atacaba sus aspectos coyunturales, que veía como fracasos personales, sin  ayudar en lo absoluto a los pobres a tomar conciencia de su condición o producir los estímulos necesarios para superarla. El desarrollo industrial acentuó estas distancias, las urbes crecieron en forma exponencial y no planificada y el hacinamiento fue la causa principal del contagio de enfermedades endémicas. El anonimato de las grandes urbes contribuyó también a que se rompieran los lazos solidarios típicos de la vida aldeana y un extrañamiento general acompañó el crecimiento urbanístico. 

   En este proceso, aparece otro modelo de asistencialismo, la filantropía, especie de filosofía laica del amor al género humano. Se desarrolla principalmente en la burguesía, motor de cambio de esta época y a través de instituciones benéficas muchas veces creadas para tales objetivos a fines del siglo XIX.   La ayuda social que está dispuesta a dar la burguesía, es funcional a su existencia y a su estilo de vida, de hecho, poderosos burgueses fueron importantes filántropos y este reflejo, los hacía aún más poderosos en el imaginario social. A través de esta ayuda material, la burguesía ejercía un control social que en su momento, se le había reprochado a la Iglesia. Para merecer esa ayuda, se debía responder como la sociedad burguesa esperaba, mediante la reproducción de la mano de obra necesaria para alimentar el sistema. Al que no acatara este modelo de comportamiento y sumisión al orden burgués, la sociedad le reservaba la represión y el castigo.  Estos sistemas, aplicados a través de los años,  funcionaron resolviendo las urgencias, pero no atacando los motivos de fondo. La caridad, la beneficencia, la filantropía y la represión, sirvieron a su manera y en su tiempo para contener el conflicto social, pero sin resolverlo. De esta forma, muchos hospicios solventados por la burguesía, como lo fueron las sociedades de beneficencia, son repositorios de mano de obra entrenada en disciplina y en oficios, tanto para hombres como para mujeres.

   El reconocimiento de la igualdad de los ciudadanos en derechos y obligaciones, la evolución de la teoría del estado y el desarrollo de nuevas disciplinas del pensamiento  como la sociología, produjeron en gran parte de la sociedad una toma de conciencia respecto de la existencia de grupos vulnerables con distinto tipo de necesidades especiales, como la juventud en situación de riesgo, la deserción escolar, la mortalidad materno infantil, la discapacidad en todas sus formas, la vejez abandonada, el analfabetismo, la población carcelaria y tantas otras situaciones de fragilidad social en que se hallan comprometidos amplios grupos humanos a los que se debe asistir para que se encaminen al logro de la plenitud ciudadana. 




   Transcurrida la Gran Depresión donde el capitalismo mostró su peor cara y puso un severo límite al ideal de progreso indefinido del sistema, y luego de la hecatombe que significó la Segunda Guerra Mundial, la solidaridad apareció entonces, en estos nuevos planteos como una obligación o responsabilidad colectiva de carácter moral y se la encaró desde múltiples frentes. Los sistemas públicos se ocuparon de los excluídos en general, mientras los sindicatos se hicieron cargo de la previsión social de tipo contributivo del conjunto de los trabajadores, y sólo de ellos. A este momento, creemos que culminante, de las políticas sociales se lo conoció como Estado de Bienestar. En él, el estado se hace cargo de los servicios reconocidos como derechos de la población vulnerable. La respuesta fue el consenso social que aseguró, o por lo menos hizo posible, la gobernabilidad.


   Pero factores como el incremento de la población mundial, las políticas asistenciales y sociales y la tendencia a la redistribución más equitativa de la riqueza, llevó a un punto límite del modelo allí donde se aplicó, tensionando las relaciones sociales  de manera tal que sólo la salida política, dirigida por las fuerzas más concentradas apoyados por los dueños de los medios de comunicación más cercanos al statuo quo, pudo dar escape a la situación explosiva, para volver a un modelo donde se recortaran subsidios y asistencias,  ayudas sociales e incentivos para el progreso de los medianos emprendedores y pequeños cuentapropistas. El correlato impositivo de este modelo expresa claramente la nueva situación:  los impuestos a la propiedad y las ganancias, se reducen o se eliminan, y los impuestos al consumo aumentan. Vuelven por varios mecanismos, las transferencias de grandes masas de riqueza de los sectores populares y medios a los sectores de riquezas concentradas.  Paralelamente, se opera contra la pequeña y mediana industria con la finalidad de debilitar hasta el extremo a la masa obrera sindicalizada, disciplinándola. Se logra ésto incentivando las importaciones con el objeto de arruinar la producción local  y alentando la especulación financiera mediante la manipulación de la tasa de interés. Para este modelo liberal, la apropiación del Estado es fundamental ya que para todas estas maniobras, el poder del estado es la llave que abre y cierra. Cooptarlo es la clave para la eficacia del proceso, controlarlo para transformarlo en una herramienta para favorecer ciertas políticas es la estrategia indicada. También es necesario reducirlo a un estado policíaco, la fórmula original de la doctrina económica liberal, “el estado gendarme”, al que se acude para resguardar la propiedad privada, pilar de todo el sistema. Cuando la presión aumenta, el equilibrio inestable volverá a ceder y el brazo de la balanza volverá inefablemente a inclinarse hacia el pueblo, para evitar el estallido social, si no es que una dura represión logra evitarlo.






A grandes líneas, puede describirse así el proceso de evolución económica de las sociedades occidentales. El anhelado progreso social difundido por los revolucionarios franceses, queda reducido entonces a ciclos secuenciales más o menos envolventes, mientras no suceda algo que catalice o paralice el proceso. Pero esta descripción es apenas sucinta, siempre incompleta, si se prescinde de interpretar el aspecto humanitario. Y esta dimensión es, sin duda, la más compleja, y es tan inexcrutable que pareciera obedecer a algún plan mundial de exterminio de las mayorías desposeídas. Qué pasa por la mente de aquel o aquellos poderosos que son indiferentes al dolor o la miseria, que pudiendo aliviar la enfermedad lucran con ella, que pudiendo educar recortan las oportunidades, que pudiendo alimentar al hambriento le encarecen los alimentos, que pudiendo alentar la paz provocan la guerra, que pudiendo abrir el juego político a los más vulnerables, lo reducen a huelgas, marchas y protestas infructuosas. Indudablemente, estas son las grandes preguntas que el siglo XXI debiera hacerse, ya ni siquiera responder.

Actualmente, la Iglesia de Roma tiene a la cabeza un Papa que eligió el nombre de Francisco. Esta elección no es casual, Francisco de Asís llevó al extremo del renunciamiento a las posesiones terrenales. Su orden de monjes mendicantes, estaba basada en la estricta pobreza y en la vida austera y simple, en rechazo a la búsqueda de opulencias. El Papa expresó su ideal en estos términos : “…La misericordia es el segundo nombre del amor…”. Y como hace 2000 años, la Iglesia asiste y conforta a quien recurre a ella por ayuda, u organiza colectas, o monta comedores y hospicios, o cumple una tarea educativa de la niñez y la juventud, o bien asiste a enfermos en hospitales, entre otras labores sociales, mientras sigue predicando la caridad y la misericordia, como la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas, un sentimiento de pena o compasión por los que sufren, que impulsa a ayudarlos o aliviarlos. Se manifiesta en amabilidad, asistencia al necesitado, especialmente en el perdón y la reconciliación. Es más que un sentimiento de simpatía, es una práctica. En el cristianismo es uno de los principales atributos divinos  y en determinadas ocasiones, es la virtud que impulsa a ser benévolo en el juicio o castigo. El concepto se explica por la misma etimología de la palabra latina: misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás), es decir, significa dar en sentido amplio, que incluye no sólo dar, sino también educar, consolar, asistir, aconsejar, perdonar, visitar enfermos y presos y enterrar a los muertos. 

    El asistencialismo religioso, convive con la filantropía, una compasión basada en una filosofía que predica el amor a la humanidad, y que pertenece al llamado tercer sector. En este grupo es la sociedad civil laica la que lleva adelante las acciones sociales, a través de Organizaciones No Gubernamentales (ONG), fundaciones, y sociedades civiles sin fines de lucro. Cuenta con financiación basada en donaciones, frecuentemente internacionales, y que representan para el benefactor, como una suerte de estímulo, ventajas impositivas. Pero desde siempre las ONG han sido un sector con carencias. Una de ellas es la falta de enfoque de su objeto, al fallar frecuentemente en el diseño de sus programas y proyectos. Las ONG no tienen una presencia reconocida en la sociedad, y  muchas de ellas no son identificadas por sus objetivos. Cierta falta de capacidad caracteriza a muchas de estas organizaciones que no logran concretar en la práctica sus aspiraciones, por más loables que éstas sean. Al no publicitarse éstas, y no mantener una comunicación fluída con la sociedad y sus posibles donantes por medio de formas de expresarse como una página web u otros medios que expliciten correctamente sus programas y  proyectos, estas entidades no  consiguen los fondos y las ayudas necesarias para concretar sus propósitos.   

Pero también los estados han demostrado ineptitud  para sostener en el tiempo sus  políticas sociales, sobre todo por la falta de acuerdo con el presupuesto a destinar y la discontinuidad en sus objetivos, ya que la alternancia de partidos políticos de distintas ideologías y agendas en el poder, termina por socavar las bases de políticas que nacieron bien inspiradas, y  así como la gran mayoría de las pequeñas y medianas ONG con diversidad de objetivos, ideologías, capacidades operativas y de financiamiento, también las medidas estatales de contención de la necesidades de los excluídos del sistema, fueron incapaces en la práctica de resolver o incluso aliviar la cuestión social.

Frente a esta imposibilidad, las distintas creencias basadas en la caridad así como la institución milenaria de la Iglesia católica, con sus aciertos y desaciertos, y a pesar de sus poderosos y numerosos detractores; siguen practicando su contínua acción caritativa, mientras instruyen, aconsejan, consuelan, confortan, educan, y practican obras espirituales de misericordia, como dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos, y tantas otras tareas semejantes que han desempeñado a través de los siglos para paliar las necesidades de los más desfavorecidos.